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Soler Serrano en el UHF

JORDI Puntí

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Esta semana murió el periodista Joaquín Soler Serrano. Tenía 91 años y llevaba más de 25 retirado, pero seguía presente en la memoria popular y su labor periodística ha sido elogiada en los medios. Hace unos años, la edición en vídeo de sus entrevistas en el programa A fondo sirvió para que muchos le viéramos por primera vez en acción. La lista de invitados era impresionante: Salvador Dalí, Juan Carlos Onetti, Josep Pla, Carlos Barral, Néstor Almendros, Salvador Espriu… He vuelto a ver esos programas y me ha atrapado de nuevo la camaradería chulesca de Camilo José Cela; la alegría inquieta y nerviosa, ¿verdat?, de Mercè Rodoreda hablando en castellano, ¿verdat?; el tono calmado y amistoso de Manuel Puig. Soler Serrano conseguía crear un ambiente propicio para la charla. Un atril en segundo plano mostraba los libros del invitado. Muchos de ellos fumaban como chimeneas -Pla incluso liaba los cigarrillos mientras hablaba, como si también allí buscara adjetivos- o bebían a sorbos una taza de té (que en realidad quizá contenía whisky).

Si las entrevistas de Soler Serrano son memorables, es porque junto a su talento disponía de tiempo, mucho tiempo. Este es un detalle esencial. Sus entrevistas eran largas, 60 minutos en que el invitado iba abriéndose poco a poco, madurando las frases. Hoy día todo tiene que ir más rápido, más coloreado e ingenioso, sobre todo que el espectador no se aburra. Los entrevistados se obligan a ser concisos y geniales en sus respuestas, sin tiempo para pensar, y si no lo logran, tanto mejor: sus tonterías se reciclan luego en los espacios de humor.

A fondo se emitía los domingos por la noche en el UHF. A esa hora en la primera cadena le contraprogramaban con grandes series como Yo, Claudio o Curro Jiménez, pero las audiencias eran fáciles de repartir y el mando a distancia no existía. A veces, de madrugada, en el 33 repiten las entrevistas de Josep M. Espinàs en el programa Identitats, y el efecto es casi el mismo. Dos personas que, conversando, se hacen escuchar. Si hoy alguien tuviera el acierto de reponer también las entrevistas de Montserrat Roig o Terenci Moix nos sorprenderían por su placidez sin gritos. Pertenecen a una época en que la unidad de tiempo televisivo eran la hora, y no el euro.