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Sir Vidia y las mujeres

RAMÓN de España

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El viejo e incombustibleV. S. Naipaulla ha vuelto a liar. Poco después de hacer las paces con su némesis de los últimos 30 años -el pobrePaul Theroux, que tanto le admiraba y que, a cambio, solo recibió una serie de chascos, a cual más humillante-,

va y dice que a las mujeres les queda grande la literatura porque son unas sentimentales incurables. Puestos a elegir un ejemplo, señala aJane Austeny le perdona la vida. Evidentemente, voces autorizadas (y no tan autorizadas) lo han puesto verde. Pero él ya se ha salido con la suya, toca las narices y, en última instancia, recuerda al mundo que él sigue ahí, aunque ya no se le haga el caso de antes, de cuando le concedieron el Premio Nobel de literatura (2001).

Siempre que aparece una noticia sobre el escritor de Trinidad recuerdo los cuatro meses que pasé traduciendoLa vida es así, monumental biografía a cargo dePatrick French. Cuatro meses en los que me enteré de todo lo relativo a un autor al que hasta entonces, lo reconozco, no le había prestado mucha atención. Fui testigo de su ambición sin límites y de su egoísmo rampante, pero también de sus miedos e inseguridades.Naipaulse hizo más inglés que los ingleses, pero nunca dejó de ser el morenito humillado de ultramar; despreció a los homosexuales mientras le atormentaba la posibilidad de ser uno de ellos; se casó con una buena chica británica, prácticamente frígida, y no descubrió el poder curativo (y desquiciante) del sexo hasta los cuarenta años, gracias a una intensa amante anglo-argentina… Como los actores, en quienes conviven un ego desmesurado y una inseguridad paralizante,Naipaulacaba siendo al final del libro del señorFrenchalguien tan patético como entrañable.

Me permitirán, pues, que no me escandalice ante su última chorrada, fruto de quien no tiene nada que perder, pero, al mismo tiempo, asiste impotente al progresivo desinterés de la sociedad por su obra.Naipaulsabe queJane Austensiempre tendrá lectores, mientras que los suyos se van muriendo sin ser reemplazados. Para alguien tan interesado en la posteridad, ésa es una perspectiva francamente tenebrosa. De ahí esos cíclicos zarpazos, que ocultan una exigencia: leedme. O lo que es lo mismo, queredme.