CENTENARIO DE UNA GESTA IRREPETIBLE

Shackleton, un siglo del peor viaje del mundo

Hallado en el fondo del Antártico el 'Endurance', el legendario barco del explorador polar Shackleton

El 'Endurance', que había zarpado de Londres el 1 de agosto de 1914, encallado y escorado en el hielo antártico.

El 'Endurance', que había zarpado de Londres el 1 de agosto de 1914, encallado y escorado en el hielo antártico.

XAVIER MORET

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En enero de 1915 el Endurance, el barco en el que navegaba Ernest Shackleton con 27 expedicionarios, quedó atrapado por el hielo del mar de Weddell, en la Antártida. Allí empezó una aventura marcada por el frío extremo, la larga noche polar, el hielo, la desesperación y las ventiscas que duró más de dos años, hasta que todos los miembros de la expedición lograron salir con vida del infierno blanco. La hazaña fue calificada como «la última gran aventura» pero también «el peor viaje del mundo».

El Endurance atrapado en el hielo durante la Expedición Imperial Transatlántica.

El Endurance atrapado en el hielo durante la Expedición Imperial Transatlántica. / FRANK HURLEY

 La odisea del Endurance empezó el 1 de agosto de 1914, cuando, en el inicio de la primera guerra mundial, el barco zarpó de Londres para emprender una expedición antártica. Shackleton, nacido en Irlanda en 1874, ya había participado en dos viajes a la Antártida, en 1901-1904 y en 1907-09, cuando se quedó a solo 160 kilómetros del polo.

La conquista del Polo Sur parecía a principios del siglo XX un asunto británico, pero en diciembre de 1911 el noruego Roald Amundsen se convirtió en el primer hombre en alcanzarlo. Cuando el inglés Robert Scott llegó allí, solo unos días después, encontró la bandera noruega. Para más drama, Scott murió en el viaje de vuelta, entre el hielo y la frustración. Su fracaso, sin embargo, no impidió que los británicos consideraran a Scott el auténtico héroe de la Antártida... hasta que Shackleton le arrebató el papel.

Como el Polo Sur ya había sido conquistado, Shackleton planteó la nueva expedición con otro objetivo: la travesía a pie de mar a mar, pasando por el polo. Cuentan que puso un anuncio en el que pedía: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de total oscuridad. Escasas posibilidades de regresar con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Recibió unas 5.000 solicitudes, entre las que eligió a 57 hombres que se embarcaron en el Endurance y el Aurora, los dos barcos de la travesía. A bordo iban también varias decenas de perros para arrastrar los trineos.

Atrapados en el hielo

El viaje hasta la isla de San Pedro, en las Georgias del Sur, fue tranquilo, pero aún quedaba la parte más dura. Apsley Cherry-Garrard, que había ido con Shackleton a la Antártida, publicó en 1922 El peor viaje del mundo, donde escribió: «La exploración polar es la forma más radical y al mismo tiempo más solitaria de pasarlo mal que se ha concebido (...) Se está más solo que en Londres y más apartado que en cualquier monasterio, y además el correo no llega más que una vez al año».

 

Si a eso le añadimos el frío intenso y la dificultad de navegar entre el hielo, tendremos una idea de lo que esperaba a Shackleton. El Endurance zarpó de San Pedro hacia la Antártida el 5 de diciembre de 1914. No tardaron en ver icebergs y, tras varios intentos de esquivar la banquisa, el 18 de enero de 1915 el barco quedó atrapado en el hielo del mar de Weddell. Las perspectivas de los 27 expedicionarios no eran nada halagüeñas, pero Shackleton logró mantener el espíritu del grupo durante los 281 días que el barco permaneció en el hielo. «El optimismo es el verdadero valor moral», escribió.

La lectura, los partidos de fútbol, las carreras de perros y la caza ayudaron a matar el tiempo. Llevaban muchas provisiones, pero la temperatura bajo cero no hacía fácil la convivencia. Frank Hurley, a quien debemos el excelente reportaje fotográfico de esta odisea, se construyó un cuarto oscuro y escribió: «Lavar las placas es muy engorroso, pues hay que mantener caliente la bandeja. De lo contrario, quedan presas en una masa de hielo».

 

En estos meses encallados comieron, además de las provisiones que llevaban, foca frita y estofado de pingüino. También bailaron y escucharon música, pero escribió Shackleton que la Enciclopedia Británica se convirtió en el objeto más cotizado, ya que la usaban para zanjar discusiones o simplemente la leían para olvidar que el hogar quedaba muy lejos. Confíaban en que la deriva de la placa de hielo les acercaría a tierra, pero la ventisca y el frío hacían muy difícil la vida en aquel lugar remoto, en especial a partir del 1 de mayo, cuando el sol desapareció durante cuatro meses. Lo peor, sin embargo, llegó el 21 de noviembre, cuando el hielo presionó el barco hasta hundirlo. Unos días antes, Shackleton había tenido la prudencia de abandonarlo.

Solos en medio de la nada, con la isla más cercana a unos 500 kilómetros de distancia, los valientes del Endurance montaron campamentos sobre el hielo. No lo tenían fácil para combatir el frío, ya que contaban con solo 18 sacos de piel, 10 de tela y varias tiendas de campaña. En vista de que la deriva del hielo no les favorecía, Shackleton anunció que el 23 de diciembre emprenderían una marcha a pie. Para levantar la moral, la víspera celebraron una fiesta de Navidad. No era fácil avanzar, ya que la nieve les llegaba a la cadera, pero lo hicieron lentamente. Sacrificaron a los perros, porque ya no les resultaban útiles y necesitaban la carne que comían, y a finales de febrero tuvieron la suerte de matar a unos 300 pingüinos. La carne les sirvió para alimentarse; la piel, como combustible.

El 9 de abril, cuando se resquebrajó el bloque de hielo en el que estaban acampados, Shackleton dio orden de embarcarse en los botes que arrastraban para tratar de alcanzar isla Elefante. Llevaban 15 meses en el hielo, pero la aventura continuaba. Después de siete días en un mar hostil, consiguieron llegar a isla Elefante. «Nunca me he sentido tan seguro de algo en mi vida como aquella noche de mi muerte», escribió un expedicionario.

Por primera vez, después de 497 días, volvían a pisar tierra firme, pero isla Elefante era un lugar hostil, deshabitado, a 580 kilómetros de la isla de San Pedro y lejos de las rutas marítimas. El 24 de abril de 1916 Shackleton tomó la decisión de embarcarse, junto con otros cinco hombres, en un bote salvavidas para tratar de llegar a San Pedro en busca de ayuda. Lo consiguieron al cabo de 15 días, a pesar de un fuerte huracán.

Una compañía mística

Parecía el final de la aventura, pero todavía faltaba otra vuelta de tuerca. Shackleton, junto con dos expedicionarios, tuvo que caminar durante 36 horas para conseguir llegar a la estación ballenera de Stromness el 20 de mayo de 1916.

En este último tramo, Shackleton tuvo la curiosa impresión de que alguien les acompañaba. «No me cabe duda de que la Providencia nos guió», escribió. «Durante esa larga y extenuante marcha de 36 horas por las montañas sin nombre y los glaciares de San Pedro, a menudo me pareció que éramos, no tres, sino cuatro». Entonces no comentó nada con sus dos compañeros, pero ambos le confesaron unos días después haber tenido la misma sensación.

Los balleneros de Stromness les recibieron con hospitalidad. El primer baño caliente en dos años, el afeitado, la ropa limpia, comida en abundancia y una buena cama consiguieron recuperar a los expedicionarios. Shackleton, sin embargo, no cejó hasta que pudo organizar la expedición de rescate de los que se habían quedado en isla Elefante.

El 30 de agosto de 1916, más de dos años después del inicio de la expedición, el barco chileno Yelcho y el ballenero británico Southern Sky llegaban a isla Elefante y rescataban a los 22 hombres que habían permanecido aislados durante cuatro meses y medio. Unos días después desembarcaban en el puerto chileno de Valparaíso. El peor viaje del mundo había llegado a su fin.

Shackleton, con su determinación y entrega, había conseguido lo imposible: salvar a todos sus hombres y convertirse en leyenda. Moriría cinco años después de un ataque al corazón, en 1922, cuando se disponía a iniciar una nueva expedición antártica. Sus restos están enterrados en la isla de San Pedro, lejos de la civilización y cerca de la Antártida, como a él seguramente le habría gustado. 

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