Ideas

Salvemos a Espriu

JAUME SUBIRANA

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Me consta que no soy el único lector deSalvador Espriu que un día se ha levantado por la mañana y, tras oír en la radio un verso sacado de contexto convertido en seudoaforismo perdido entre melodías promocionales, se ha preguntado siaquelloeraEspriu.

Me consta que no soy el único admirador de la figura cívica, compleja y matizada deEspriuque sintió vergüenza ajena por la desmesura, la simplificación y las banderas del acto inaugural del Any celebrado en el Palau de la Música Catalana el mismo día que el Parlament aprobaba la declaración de soberanía.

Me consta que, en este año negro, no soy el único socio de una entidad literaria en números rojos ni el único suscriptor de una revista cultural a punto de cerrar que ha leído con perplejidad las cifras dedicadas al centenario deEspriuy sus satélites. Me consta que en más de uno y de dos consejos de redacción o de dirección el nombre deEspriuya ha sido descartado a la hora de preparar un dosier o un acto público para que el gesto no se lea como un posicionamiento a favor del independentismo.

Podríamos discutir si ahora que empezaremos a tener media docena decentenariablespor año nos hacen falta centenarios (sobre todo convertidos en esta especie deCitius, Altius, Fortiusmonógamo), pero en todo caso me parece que estaremos de acuerdo en que convertir un poeta en oráculo, un iberista en independentista, un independiente en voz orgánica, no parece una estrategia cultural ni celebrativa demasiado refinada.

«Ens mantindrem fidels», dice el lema oficial del AnyEspriu.¿Fieles a qué? No precisamente a su obra rica, irónica, anticomplaciente. ¿Y quién? Porque muchos de nosotros, admiradores del escritor, vemos en buena parte de lo que se ha programado y en cómo se comunica unatrista, pobra i dissortadaréplica de lo que debería ser un año literario: réplica porque oscurece y empequeñece el nombre que se supone que celebra. Quizá se debería crear, como una especie de vacuna, una Asociación para la Defensa de los Centenariados, que no tienen ninguna culpa de que los presidentes, publicistas y patrones de turno confundan la alegría y el incienso, una vela con una pala.