UNA MEMORIA FAMILIAR

Los Kennedy argentinos

El periodista Martín Sivak relata en 'El salto de papá' el suicidio de su padre, miembro de una familia de banqueros comunistas

El periodista argentino Martín Sivak, en Barcelona.

El periodista argentino Martín Sivak, en Barcelona. / periodico

Elena Hevia

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Quizá haya algunas cosas en ‘El salto de papá’, memorias familiares del periodista argentino Martín Sivak (Seix Barral), que necesiten contextualización en España. Los Sivak son una de las familias patricias de más renombre en Buenos Aires. Una auténtica rareza para nosotros porque la fortuna familiar, creada por el abuelo de Martín, Samuel Sivak, procedía de la Unión Soviética. Sí, el famoso oro de Moscú. Como los partidos comunistas no querían asimilarse al sistema crearon sus propios bancos para administrar sus fondos secretos. Eso era un hecho ampliamente conocido y a ningún argentino le choca la contradictoria expresión “banquero comunista”. A los Sivak la prensa argentina llegó a llamarlos los Kennedy rojos, por el poderío económico que desplegaron, pero también porque la tragedia les persiguió repetidamente. Una serie de televisión de éxito se podría filmar con su historia.

Al hijo mayor del patriarca, Osvaldo, le secuestraron dos veces. La primera, en 1979 por orden de la junta militar. Fue liberado posteriormente porque un millonario siempre tiene muchas más bazas que cualquier otro en cualquier situación. La segunda, en el 85, ya en plena democracia, una acción de lo que los argentinos, siempre tan floridos en sus expresiones, llamaban ‘mano de obra desocupada’, es decir, toda esa gente que había formado parte de la maquinaria terrorista de la dictadura y que cuando esta cayó se dedicó a la extorsión pura y dura, delincuencia sin etiquetas políticas. Dos años y medio después encontraron el cadáver, final de un trayecto que la prensa argentina había seguido minuto a minuto. “Durante años, cada vez que decía mi nombre todo el mundo lo relacionaba con el secuestro y muerte de mi tío. Yo, cansado, a veces decía que era otro Sivak o un pariente muy lejano”, cuenta Martín. 

La decisión final

Pero hubo más. En una de esas crisis económicas que azotan periódicamente el país, la de 1990, Jorge, el otro hijo, el menor, el ‘papá’ de Martín que había heredado los negocios familiares se arruinó. Y tomó una decisión sin vuelta atrás.

“Antes de tirarse de palito [de pie] de un piso dieciséis, papá se despidió de la clase obrera argentina”, así empieza el libro que el año pasado fue el más leído en el país porque lo tiene todo: una historia íntima, riqueza y poder, intrigas familiares y el trasfondo histórico de los últimos 30 años. Cuando aquello sucedió Martín tenía 15 años. “A mí siempre me resultó fácil escribir sobre la vida de los otros, pero jamás me había pasado por la cabeza contarme a mí mismo. Eso cambió en el 2009 cuando estaba próximo a nacer mi hijo, yo vivía en Estados Unidos y cada vez que volvía a Buenos Aires la ausencia de mi padre se me hacía insoportable”.

Lo que nunca creyó estar haciendo es un cierto retrato de su país. “Mi familia está atravesada por la historia, como tantos otros argentinos. Los míos tuvieron que exiliarse y a mi tío lo secuestraron pero es que varios de mis mejores amigos son hijos de desaparecidos”. Las novelas y los libros de no ficción que hablan sobre ese periodo son incontables pero la posdictadura no tiene tantos referentes. Fue una época de malsana convivencia entre los que habían participado en la represión con los que habían luchado contra ella. “Mi padre –cuenta el autor- entró en contacto con un policía que ayudó a salvar a mi tío y que claramente había sido un torturador. Como agradecimiento por los servicios prestados, le dio trabajo y trabó una gran intimidad con él. Cuando yo era niño, incluso íbamos a jugar al fútbol juntos. Eso es algo que me cuesta mucho trabajo entender de mi padre ”.

Cúmulo de contradicciones

El cariño mezclado con la extrañeza. Su militancia, por ejemplo. Hasta que murió su padre, Martín no supo qué clase de político era realmente Stalin. “Yo me siento una persona de izquierdas pero no en los términos de mi padre. Él como tanta gente de su generación no creía en la democracia, lo suyo era la revolución. Y así le fue, un banquero comunista que establece negocios absurdos con el bloque soviético y todos resultan un absoluto fracaso. Pero para mi padre los negocios eran una continuación de la política, no le interesaba ganar dinero”.

Necesariamente el libro está atravesado por la pregunta del millón. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué saltó?  “A los 15 años necesitaba encontrar una respuesta. Después me conformé con algunas hipótesis. La más decisiva fue que mi padre tenía cierto orgullo y no quería volver a la cárcel, donde había estado como preso político, por no haber sido escrupuloso con el ahorro de la gente. Eso no lo soportó”.