El sabotaje de 'Tristan e Isolda'

La puesta en escena que firma Katharina Wagner de la ópera de su bisabuelo sigue sumando abucheos en el Festival de Bayreuth

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ROSA MASSAGUÉ / BAYREUTH

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La producción de ‘Tristan e Isolda’, de Richard Wagner, dirigida escénicamente por la biznieta del compositor, Katharina, sigue sumando abucheos y aburrimiento tres años después de su estreno en el Festival de Bayreuth dedicado a la memoria del compositor.

Un impresionante René Pape en el papel de rey Marke; un Stephen Gould siempre atento a los detalles, como Tristan; una brillante Christa Mayer como Brangäne y un potente Christian Thielemann al frente de la orquesta del festival salvan esta larga historia de un amor total e imposible convertida por la directora de escena y por su dramaturgo, Daniel Weber, en un disparate al que cabe añadir la fealdad de la escenografía, negra en el sentido literal y metafórico de la palabra.

Convertir al rey Marke en un mafioso que nunca se quita el sombrero ‘borsalino’ y va exhibiendo con descaro una navaja cuando este personaje es el hombre capaz de perdonar (aunque sea demasiado tarde) a su esposa Isolda y a su mejor amigo Tristan tras descubrir su relación amorosa fruto de un equívoco en un filtro y después de admitir que ya no tiene ningún papel en el triángulo, es un sabotaje a toda la estructura dramática de la ópera que bebe de la leyenda artúrica.

En esta producción Marke ya sabe al principio del segundo acto que Tristan y Isolda son amantes. No solo eso. Su encuentro amoroso tiene lugar en una especia de patio de una cárcel al que han sido arrojados la pareja y sus servidores, la criada de ella, Brangäne, y el fiel escudero de él, Kurwenal. Todos están vigilados por unos potentes focos desde la altura.

Además de mafioso, este Marke es un maltratador. Isolde no muere al final de la ópera tras cantar el ‘Liebestod’ (la muerte de amor) que es uno de los fragmentos más hermosos de la historia de la ópera. En esta producción tiene que vivir para que el marido ofendido pueda consumar su derecho de propiedad sobre la esposa llevándosela a rastras.

Todo ello sucede en una escenografía de Frank Philipp Schlössmann y Matthias Lippert. La propuesta se agota ya en el primer acto. El barco en el que Tristan lleva a Isolde para que se case con Marke es un laberinto de tubos y pasarelas, una metáfora de los amantes que no se encuentran. En el segundo, la cárcel ya citada con una serie de estructuras metálicas que indican la prisión real y la de amor en que viven los amantes viven su idilio.

En este acto resultan muy irritantes los esfuerzos que Kurwenal hace para escapar, demasiado visibles y ruidosos, mientras en la primera parte la pareja de amantes canta en un rincón y prácticamente a oscuras. También en este acto la posición desde la que Brangëne avisa repetidamente a los amantes de que se acerca el día hace que su voz se oiga poco y no es por falta de potencia vocal de Mayer.

En el tercer acto ya no hay nada. Kurwenal y los dos personajes secundarios velan a un Tristan herido como si fueran los ‘pastorets a la vora del foc’. Unas apariciones de ‘isoldes’ dentro de unos triángulos escenifican con escasa gracia las alucinaciones que Tristan tiene en su delirio de moribundo.

La pobreza de esta producción se refleja también en el programa de mano en el que no hay ni un artículo original sobre la ópera o sobre la producción. Todo son poemas y párrafos de escritores como Rainer Maria Rilke, Ernst Bloch, Franz Kafka, Charles Baudelaire o Goethe de quien se reproduce un fragmento sobre el color amarillo que es el color –feo-- que visten Marke y sus hombres.

Sin mejora

Estrenada en el 2015, esta producción no ha mejorado. Al contrario. Se hacen más evidentes el despropósito de la dramaturgia y una escenografía pobre e ineficaz para contar el drama de un triángulo amoroso que hunde sus raíces en la edad media. En su estreno hace tres años, Evelyn Herlitzius interpretaba a Isolde, pero con su voz puntiaguda, que funciona muy bien con Richard Strauss (hubo ocasión de comprobarlo en el Liceu con su impresionante Elektra), no se ajustaba al papel.

Ahora le sustituye Petra Lang, otra selección poco afortunada, que tiene el mismo problema de Herlitzius sin ser tan buena cantante. Se oye a una Ortrud (de ‘Lohengrin’) vengativa cuando debería ser una Isolde locamente enamorada. Y aquí la memoria inclemente remite a una Nina Stemme en estado de gracia con el terciopelo de su voz hasta en las notas más agudas hace una década en este mismo teatro, o incluso a Irene Theorin que le sucedió en el papel.  

Stephen Gould vuelve a ser Tristan. Su voz es potente y dúctil. Siempre atento a los detalles, consigue llegar bastante bien al final cuando la mayoría de tenores lo hacen exhaustos debido a las enormes exigencias del papel. El bajo René Pape ha regresado a Bayreuth más de 20 años después de su aparición en el festival como uno de los gigantes del ‘El oro del Rin’. Marke ha sido uno de los grandes papeles de este bajo y ahora ha demostrado que sigue siéndolo, pese a que el personaje construido por esta producción y cuánto dicen las palabras y la música de Richard Wagner se avienen poco con el legendario reflejado en la partitura de Wagner.

Christa Mayer es una Brangäne de lujo. El Kurwenal de Iain Paterson aparecía vocalmente desdibujado. Completaban el reparto Raimund Nolte (Melot), Tansel Akzeybek (un pastor) y Kay Stiefermann (un timonel). La orquesta bajo la dirección de Christian Thielemann aguanta de principio a fin una propuesta como la que firma Katharina Wagner consiguiendo que los despropósitos de la dramaturgia lo sean menos en un buen ejercicio de acompañamiento de las voces, aunque en esta ocasión la formación sonaba algo más mecánica de lo que acostumbra. Al final, muchos abucheos que subieron de nivel cuando Katharina Wagner salió a saludar rodeada de todo el equipo artístico.

Ópera vista el 26 de julio.

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