SABORES ERRANTES (4)

Un cierto coraje

VERANO RELATO DE NAJAT EL HACHMI un cert coratge RELATO 4

VERANO RELATO DE NAJAT EL HACHMI un cert coratge RELATO 4 / periodico

NAJAT EL HACHMI

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El dueño de ese bar en medio del campo, entre granjas, apenas me miró cuando le pedí trabajo y después de unas preguntas de las que no parecía escuchar las respuestas dijo ‘lo podemos probar’. Todo ello mientras, subido a una escalera, limpiaba los cristales mugrientos de una ventana alta. Después descubrí que era así, tirando a arisco, con casi todo el mundo. Solo con algunos amigos que lo visitaban de vez en cuando y para quienes me pedía un trifásico le salía algo parecido a la simpatía, aunque no sonreía nunca. Hasta las bromas las hacía en serio. Prepara un trifásico, me decía, y yo me morí de vergüenza al tenerle que preguntar que qué era. ‘La juventud de hoy ya no sabe nada’, dijo, pero en el proceso de enseñarme a preparar el cortado mejorado le brilló una luz en los ojos que no le había visto antes.

Pronto descubrí que aquel hombre gris del bar perdido en medio de la nada tenía una pasión oculta, tal vez una vocación frustrada. No venía mucha gente por allí, sólo de vez en cuando se reunía un grupo de campesinos para un desayuno de tenedor. ‘Mañana hay desayuno’, me decía el dueño, y con las mejillas encendidas se metía en la cocina. ‘Haremos albóndigas, pies de cerdo’, y me explicaba los procedimientos con una entrega que me desconcertaba. Todo él era en general desganado, estático y pasivo, se sentaba las horas muertas en la mesa cercana a la ventana y con un Farias en la boca iba removiendo la taza ya fría que tenía entre manos. Pero cuando entraba en la cocina se convertía en otro. 'La cebolla bien pequeña. Rallada no queda bien. El secreto de todos los platos es poner sal y pimienta a cada ingrediente que añades, no dejarlo para el final. Las albóndigas siempre el día antes, la carne debe aposentarse, la salsa se acaba de suavizar'. Me miraba y veía cómo el rostro le cambiaba, ahora era un chico muy joven, ahora un viejo, ahora quizás medio mujer. Unos cambios que yo había observado en algunos hombres pero solo cuando estaban a punto del orgasmo, nunca en actividades cotidianas como la de hacer unos simples pies de cerdo.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Todo en \u00e9l era en general desganado, est\u00e1tico y pasivo. Pero cuando entraba en la cocina se convert\u00eda en otro","text":null}}

El dueño era feliz cuando tenía grupos numerosos. Los agricultores para el desayuno o el equipo de fútbol del pueblo que entrenaba cerca y venía de vez en cuando a ver algunos partidos. Entonces preparaba un simple pan con tomate, pero me hacía cololocar los embutidos en espiral y aunque los manteles eran de papel, me insistía mucho en arreglar bien las mesas, con detalles que los futbolistas seguro que no valoraban como un tarro de cristal pequeño en medio con un par de margaritas blancas que había recogido de las márgenes del camino.

En una de esas cenas me pidió que abriera una botella de cava y yo, que no sabía, me quedé parada. Éramos solo nosotros dos para un grupo numeroso y se enfadó, le dijo a uno de los chicos ‘¿puedes creerte que no me saben ni abrir una botella de cava?’. Se me hizo un nudo en la garganta que amenazaba con salir en un llanto descontrolado y me tuve que ir al baño. Después les preparó un postre especial que decía haber inventado él mismo. Ponía un trozo de bizcocho, encima helado de turrón, lo regaba todo con Cointreau y lo terminaba con una capa de azúcar que quemaba justo antes de servir el plato. Alguno de los clientes quizá sí elogiaba aquella delicia, pero en general eran pocos los que apreciaban el contraste de texturas, temperaturas y acidez.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Un d\u00eda sali\u00f3 a pasear y volvi\u00f3 con las mejillas encarnadas. 'Mira qu\u00e9 he conseguido, mira', me dijo","text":"Un d\u00eda sali\u00f3 a pasear y volvi\u00f3 con las mejillas encarnadas. 'Mira qu\u00e9 he conseguido, mira', me dijo"}}

Un día salió a pasear y volvió con las mejillas encarnadas. Fue directo a la cocina. ‘Mira qué he conseguido, mira’, y encima del mostrador tenía desparramadas una especie de flores que yo no había visto nunca. ‘No sabes qué son, ¿verdad? Pues flores de calabacín, no habrás probado nunca nada como esto’. Mezcló un poco de harina con agua de la nevera y una pizca de sal. En la mezcla hundió las flores de una a una y las frió en aceite hirviendo. ‘Ya lo verás’, me decía y hasta puso un mantel para servírmelas calientes. Yo me sentía un poco cohibida por tanta atención. ¿Y si no me gustan?, pensaba, pero al primer bocado se me deshacieron en la lengua todo de matices que reconocía y no reconocía. No supe qué decirle, pero con la cara puede que pagara porque se puso a sonreír. Fue el único momento en que nos miramos directamente a los ojos.

Trabajando con él hubiera podido aprender mucho de cocina pero pasó lo de mi acosador y todo se estropeó. Era un hombre mayor que no conocía de nada, que me empezó a seguir. Primero no decía nada, después me pedía salir con un tono que quería ser amable pero al final, como no le hacía caso, comenzó a insultarme y decirme que me mataría. Yo había decidido denunciarlo pero no fue necesario. Un día llegué al trabajo y el dueño me contó que había venido un hombre que lo había amenazado si yo seguía trabajando allí. Me lo dijo como si fuera una acusación, como si yo le hubiera llevado al bar ese problema. No me la puedo jugar, me dijo, y a mí ya no me quedó ánimo ni de explicarle que no tenía ninguna relación con el acosador, ni que yo era la víctima y que lo denunciaría. Pensé que era un cobarde que solo mostraba un cierto coraje en la cocina.