MÚSICA CLÁSICA

Un recital arriesgado en Vilabertran

La soprano Mojca Erdmann regresa a la Schubertíada con un programa alrededor de la muerte

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Rosa Massagué

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Un aura de tristeza se posó el sábado en la canónica de Vilabertran durante el recital ofrecido por Mojca Erdmann y el pianista Gerold Huber en el que hicieron un recorrido temático por unas canciones que llevaban la impronta de la muerte. Era un programa difícil y osado, pero la soprano alemana que regresaba a la Schubertíada por cuarta vez, es de las que arriesga.

Pasó del tardo-romanticismo de un Richard Strauss joven al clasicismo de Mozart, y de allí al romanticismo de Franz Schubert, Robert Schumann o Felix Mendelsohnn, pero siempre, entre unos y otros, Erdmann ponía la cuña de canciones de Strauss en el camino que diseñó iniciado con piezas dedicadas a las flores como metáfora de la muerte, después a ésta en su nocturna desnudez para acabar en la eternidad celestial.

Si ya eran riesgo los vaivenes temporales y de autores en este concierto de la Schubertíada, también lo era el incluir ‘Drei Lieder der Ophelia’ (‘Tres canciones de Ofelia’) de Strauss (1918), que dibujan el deslizamiento hacia la locura de la enamorada de Hamlet con el texto de William Shakespeare traducido al alemán, seguido por los mismos versos, pero en el original inglés, con música del contemporáneo Wolfgang Rihm (1952). Con esta obra, ‘Ophelia sings’ (‘Ofelia canta’), acabó la primera parte del concierto.

'Belcantismo' distorsionado

En esta última pieza, el riesgo era vocal porque es una partitura donde los agudos son multitud. Inició y cerró la segunda parte con otro contemporáneo, con Aribert Reimann (1936), de quien interpretó ‘Helene’ y ‘Kluge Sterne’ (‘Estrellas sabias’), y lo hizo sin acompañamiento, en una poderosa demostración vocal de un ‘belcantismo’ distorsionado por la mano del compositor.

La voz de Erdmann no es grande, pero tiene una gran facilidad para los agudos aunque menos para las notas graves, y es adecuada para el repertorio contemporáneo que frecuenta con dedicación. Lo era en este caso por la construcción del programa en el que las obras de Rihm y Reimann enlazaban, incluso sin solución de continuidad, con las de un Strauss más expresionista que tardo-romántico.    

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