Publica el cómic 'Demasiada pasión por lo suyo¿

Raúl Cimas: «Estaba cansado, me encerré y escribí este tebeo»

Raúl Cimas, en el CCCB, donde esta semana ha participado en el festival Primera Persona.

Raúl Cimas, en el CCCB, donde esta semana ha participado en el festival Primera Persona.

JULIÁN GARCÍA
BARCELONA

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Demasiada pasión por lo suyo era una desternillante sección de Muchachada Nui en la que se mostraba la vida de viejos artistas en decadencia como Vincent van Gogh, Bela Lugosi o Harry Houdini. El humorista Raúl Cimas (Albacete, 1976), uno de los genios creativos del programa de televisión de culto, recupera ese título para su debut en el cómic, Demasiada pasión por lo suyo (Blackie Books): un hilarante -y a ratos incómodo- relato en el que un álter ego de Cimas, tirado en un sofá, hirsuto, desnudo y desganado, se hace acompañar de un envase de yogur de piña para estudiar la figura del flipado, esto es,  gente que vive las cosas con mucha entrega, muy al límite. El libro llega a las librerías el miércoles 14.

-¿Cuánto hay de  usted en el personaje protagonista?

-No soy yo al 100%, pero cuando me pongo a escribir este tebeo coincide con una encerrona mía en casa de mucho tiempo porque estaba cansado de otras cosas. Quería hablar en el libro sobre gente muy apasionada, que se lo flipa mucho, como el operario de mudanzas obsesionado por ser nazareno [protagonista del capítulo inicial, Fliper Názarin], y yo ejercer de contrapunto observándo todo desde la otra orilla, como esas personas que te dicen «buá, qué ganas de volver a casa y no hacer nada».

 

-¿A qué se refiere con que estaba cansado de otras cosas?

-Tuve la suerte de que me fuera todo muy bien en la época de Muchachada Nui y pasaba muy poco tiempo en casa. Ahora también paso muy poco tiempo en casa, porque trabajo en Madrid, mi casa está en Albacete, la editorial la tengo en Barcelona y mañana actúo en Valencia. Tiene que ver con un cansancio de todo eso, también de conocer gente constantemente... Cuando acabó Museo Coconut, entendí que hacer un cómic era una buena puerta de salida para poder estar más en mi casa. Así que me encerré y escribí el tebeo.

-El libro es desternillante, pero también es incómodo. ¿Pretendía que su lectura dejara desazón y sonrisas congeladas?

-Quería hacer un libro más humano que chorra, aunque estuviera lleno de chorradas. Siempre he hecho humor desde la verdad y debía dibujar el proceso por el que estaba pasando, ser honesto. La tragedia suele ser el punto de partida de la comedia. Hay personajes que son muy afilados y que se lo juegan todo a una carta. Te puedes reír de sus reacciones, pero son humanos. Quizá esa es la razón del poso de tristeza o reflexión que puede dejar la lectura del libro.

-¿Por qué todos los personajes van desnudos?

-Es como una metáfora de sinceridad. Se desnudan y ya está. Pero también es verdad que como no me sé dibujar muy bien pero mi cuerpo es único [risas], pensé que así sería más reconocible. Muy barbudo, además, porque estoy en un proceso de encerrarme y es muy raro que un tío que se encierra en casa y se deja llevar se afeite y se peine cada mañana. Ese sería el escalón entre una depresión y la locura final [más risas].

-¿Hay personajes reales en el libro?

 

-A Pedro Panadero le conocí de niño. A la salida del colegio jugábamos en una calle peatonal y había un hombre y su mujer que salían al balcón protestando, que eran panaderos, que tenían que dormir. Un día me rajó un balón. Y yo decía: si yo entiendo que este tío sea panadero, pero ¿por qué vive encima de un colegio? A veces la vida te puede, no pasa nada...

-¿Hay algún autor de cómic que le haya servido de inspiración?

-He escrito el cómic de forma bastante visceral. Hombre, me encanta Peter Bagge. Si tuviera que elegir un cómic humorístico sería Odio. Nos planteamos hacer algo tipo David Shrigley, apuntes en bares, cosas que fuera dibujando, pero luego pudo lo que yo tenía dentro: de crío siempre hice tebeos y era eso lo que quería hacer, un tebeo, intentar jugármela a que hubiera cierto hilo conductor. Quería también que el formato fuera un poco Calvin y Hobbes, por el modo de tira que tiene la parte de Yogur de Piña.

-Estudió Bellas Artes en Cuenca con Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Julián López... Menudos tiempos.

-Sí. Ahí nos conocimos todos. Pero he recuperado el dibujo muchos años después de salir de la facultad. Cuando estudiaba le cogí algo de tirria. Ya no era mi hobby. Y volví a hacerlo cuando dejó de ser una obligación.

-Señor Cimas, usted lo bordaba en Extraterrestre, de Nacho Vigalondo. ¿Por qué no le vemos más en el cine?

-Es que no me ha llegado ninguna oferta... Me gusta actuar, pero tampoco es lo que más. Soy un tío creativo y estar a las órdenes de otras ideas me puede resultar relajante una temporada, pero al final quieres hacer lo tuyo. Tengo demasiada pasión por lo mío, también. Y además... yo pienso en Macbeth y digo que eso no lo haría. ¿Como puedo decir, entonces, que soy actor? No sé si podría hacer un papel serio, quizá sí de policía en apuros, pero de persona que está desgarrada por amor creo que no. Llevo demasiados años en la comedia. No sé, igual me arrepiento, me viene un papel y resulta que reviento [carcajadas].

 

-Dedica un capítulo al humor mínimo. En qué consiste, exactamente?

-Es una idea de Vigalondo. Esas frases para apoyar, solo un escalón por encima de estar callado. «Me tomo un café y me subo por las paredes», «efectivi-Wonder» o «el que fue a Sevilla perdió su silla». Un humor muy de madre, sin riesgo. Luego estamos los que arriesgamos de más y metemos la pata. Es la historia de siempre entre el que arriesga y el que no, aplicado al mundo del humor.