Interferencias

Quejío jondo y todoterreno

NANDO CRUZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Una estampa fantasmagórica sella mis recuerdos del Primavera Sound del 2008. Son las seis de la madrugada, la explanada del escenario principal es un mar de basura y vasos de plástico y a lo lejos camina hacia la salida Enrique Morente con varios amigos. Parecían Atila y los hunos cruzando el campo de batalla tras arrasar al enemigo. Su concierto había acabado muchísimas horas antes, pero él se había quedado en el recinto para oír grupos que alimentasen su inquietud. Morente era de los que exprimía las horas del día; sobre todo las de la noche. Su curiosidad no era una pose sino un hambre real de aventura.

Morente había sentado cátedra suicida con Omega (1996). En ese disco puso música a los versos de Federico García Lorca, reinterpretó alguna canción de Leonard Cohen, arruinó a la discográfica, irritó a los tradicionalistas del flamenco y casi provoca la separación del grupo que le acompañó en todo ello: Lagartija Nick. Una vez comprobado el efecto de su torrencial quejío en el flamenco, necesitaba ver cómo funcionaba en otros entornos. Más allá del resultado, él entendía el riesgo como un premio en sí mismo. Igual le daba juntarse con las Voces Búlgaras que grabar con el par electrónico Ruizpantaleón o asociarse con Carlos Jean.

Pero de todos sus experimentos, Omega es el que más cola ha traído y el que más lo ha acercado al público del indie-rock. Los Planetas vieron en él un indicio a la hora de emprender su reinvención flamenca y las colaboraciones de Morente en La leyenda del espacio (Tendrá que haber un camino) y Una ópera egipcia (La pastora divina), además de explícitas bendiciones de maestro a alumnos, son escalofriantes extensiones de ese filón: abismo negrísimo y vertiginoso que todavía tiene que dar mucho de sí.

De su interés por la distorsión eléctrica también nacería su alianza con Sonic Youth. El martinete noise que interpretaron en Valencia en el 2005 aún tuvo su eco el pasado febrero en una suerte de performance en el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles, donde Lee Ranaldo aporreó una guitarra colgada del techo mientras Morente lanzaba su jondo cante de vanguardia. Así era el maestro: se apuntaba a un bombardeo. «Lo sensato no es sano para el arte», decía. Lo decía y además lo creía.