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La Filmoteca dedica un completo ciclo a la actriz francesa Jeanne Moreau

moreau

moreau / JULIO CARBÓ

Eduardo de Vicente

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Ayer se cumplió un año de la muerte de Jeanne Moreau, una de las mejores actrices francesas de todos los tiempos, musa de los grandes realizadores de su país y una mujer que desprendía un gran magnetismo. La Filmoteca de Catalunya recuerda su figura durante todo este mes de agosto con una cuidada selección de sus películas más relevantes. Resulta difícil escoger ya que su filmografía consta de casi 150 títulos en los que hizo casi de todo: de adúltera, prostituta, sirvienta pero también de monja. El ciclo está compuesto por 17 filmes que, como suele ser habitual en esta sala, se proyectarán un par de veces cada uno.

Uno de los directores que más la mimó fue François Truffaut de quien podrán verse dos obras maestras. La primera, esta misma tarde, es La novia vestia de negro (1967), un relato de intriga sobre una mujer cuyo marido es asesinado el mismo día de su boda y busca venganza. ¿Nos suena este argumento? No es casualidad, la Mamba Negra Uma Thurman de Kill Bill La otra gran colaboración entre ambos fue Jules y Jim (1962), revolucionario drama sobre una relación triangular, tema poco habitual en la época.

El director Louis Malle debutó con ella

Otro de sus grandes cómplices fue Louis Malle, de quien podremos ver cuatro títulos muy representativos. Su primer encuentro tuvo lugar justamente en el debut del realizador, Ascensor hacia el cadalso (1957), sobre dos amantes que deciden matar al marido de ella y fingir que se ha tratado de un suicidio. Uno de sus principales atractivos radica en su banda sonora compuesta por el mítico trompetista Miles Davis quien improvisó la música mientras iba viendo la película. Los amantes (1958) gira en torno a las aventuras sentimentales de una burguesa casada y supuso un escándalo, mientras que El fuego fatuo (1963) se centra en un alcohólico que decide visitar a las personas de su pasado. ¡Viva María! (1965) es su colaboración más insólita, una comedia con aires de wéstern donde Moreau se mide con Brigitte Bardot como dos estríperes que acaban convirtiéndose en revolucionarias. 

Dos cineastas franceses más confiaron en ella: Jacques Demy, el rey del musical francés, con el que trabajó en una de sus pocas películas sin canciones, La bahía de los ángeles (1963) donde es una ludópata que seduce a un empleado de banca, y el más contemporáneo François Ozon en El tiempo que queda (2006), interpretando a la abuela de un fotógrafo homosexual enfermo de cáncer.

La favorita de los cineastas europeos

Pero su carrera no se desarrolló únicamente en su país, ya que grandes artistas europeos la reclamaron. El alemán Rainer Werner Fassbinder la retrató como la propietaria de un prostíbulo en su obra cumbre, Querelle (1982); el italiano Michelangelo Antonioni insistió en uno de sus personajes favoritos, la burguesa aburrida de la vida en La noche (1961) y el español Luis Buñuel la convirtió en doncella de unos estrambóticos aristócratas en Diario de una camarera (1964).

Resulta sorprendente comprobar como una actriz de tanto prestigio consiguió tan pocos premios en su carrera. Obtuvo el César por una película menor, nunca obtuvo ni una nominación al Oscar y, eso sí, se hartó de recibir galardones honoríficos por toda su trayectoria (en el festival de Berlín, los premios europeos y hasta en San Sebastián). Quizás su recompensa más importante fue la Palma de Oro de Cannes a la mejor actriz, que se llevó por Moderato cantábile (1960), del escenógrafo Peter Brook. Interpretaba a una testigo de un crimen y su relación con un hombre que se siente atraído por los asesinatos.

Orson Welles la definió como “la mejor actriz del mundo” y alabó su capacidad para “ir cambiando a medida que cambiaba el mundo”. Juntos rodaron Una historia inmortal (1968), un mediometraje sobre la relación entre una prostituta y un marinero a lo largo de una noche. Completan esta retrospectiva, dos títulos de Joseph Losey (El otro sr. Klein-1976- y La trucha -1982-), Diálogo de carmelitas (1960) donde cambiaba radicalmente de imagen para convertirse... ¡en monja! y la entretenidísima El tren (1965), donde el protagonismo recaía en Burt Lancaster y su papel era muy secundario. Un ciclo muy completo para recordar a una de las más grandes y carismáticas estrellas del celuloide.