La opinión

¡Qué bueno eres, Xavi!

Javier Cercas, si no hubiera sido escritor, quizá se hubiera convertido en un adolescente perpetuo, con ganas de juerga y de compadreo nocturno, pero es escritor y además tiene sentido del humor

Javier Cercas, retratado en su casa de Girona, en el 2003, para ilustrar un reportaje sobre escritores catalanes.

Javier Cercas, retratado en su casa de Girona, en el 2003, para ilustrar un reportaje sobre escritores catalanes.

JOSEP MARIA Fonalleras

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Hay casualidades que son virtuosas. Que nos hablan de la justicia poética, que es aquella que llega, tarde o temprano, para dejar bien sentadas las cosas. Coincidencias felices que dan sentido a la vida y a la historia. El mismo día en que le daban el Premio Nacional de Literatura, Javier Cercas (en Xavi, para los amigos de Girona) escribía sobre el flamante Nobel: «No hay ningún escritor en español, salvo Borges, con quien mi deuda sea mayor». Y poco antes de lograr el premio de los suecos, Vargas Llosa disertaba en la Universidad de Princeton sobre Borges.

El mismo Vargas Llosa, deudor confeso de la influencia de Flaubert, que hace nueve años escribíaEl sueño de los héroes, un artículo fundamental en la carrera de Cercas, el espaldarazo definitivo de alguien que no solo es un novelista supremo sino un acerado, inteligente, certero crítico. Es decir, el círculo se cierra. Empieza con el mostacho del francés y acaba en la cabellera aún ubérrima del gerundense de Ibahernando, pasando por una línea de puntos finísima y perfecta (hasta redondear el círculo) que incluye a Borges y a Vargas Llosa. ¿Exagero? Creo que no.

En esta geometría de la tradición podrían haber entrado, por supuesto, Cervantes y Martorell, y Sterne y Diderot y Kafka, por citar solo algunos, pero incluyo también a Cercas por una simple razón. Hace años, no sé si en una entrevista, en un seminario o ante una cerveza, Xavi confesó que él escribía con la conciencia que, a su espalda, estaban todos esos mirándole. Escribía aupado en las espaldas de los gigantes y él mismo, si se sentía atenazado por alguien, era por esos fantasmas literarios que rondaban por la habitación. Quien afirma una barbaridad así, o bien es un engreído o bien conoce a la perfección qué impulsos le animan a escribir.

No merece la pena empezar con un asunto tan espinoso si antes no te das cuenta de que tienes que jugar en primera división. Y Xavi lo supo desde el principio: supeditó todo cuanto podía supeditar, cuanto debía ser supeditado, al objetivo extremo, acuciante, descorazonador, a veces, y siempre paranoico, de la literatura. Si no hubiera sido escritor (algo que a estas alturas casi parece un relato de ciencia ficción) Javier Cercas quizás se hubiera convertido en un adolescente perpetuo, con ganas de juerga y de compadreo nocturno, con un voraz apetito vital de personaje exagerado e hiperactivo, acurrucado tras la apariencia de unas gafas y una pose que a veces parecen ceñudas. Pero Cercas es escritor y, además, tiene algo que los escritores deberían acreditar ante notario si se dieran carnets para eso: sentido del humor. Yo creo que lo uno lleva a lo otro. Yo creo, que lo otro, sin lo uno, no tiene sentido. Y viceversa. Ese es, en el fondo, el secreto profundo de la verdad literaria de Cercas. El sentido del humor nos lleva a la distancia; y la distancia, al desdoblamiento; y el desdoblamiento, a la presencia constante de quien dice ser y no lo es, de quien interviene en la narración sin dejar de ser uno mismo y siendo otro al tiempo; de quien nos hace partícipes de su relato real para embaucarnos -la verdad de las mentiras- en una ficción que no sabemos (ni tenemos por qué) si bebe de lo cierto o de lo inventado.

Gintónic de garrafa

Javier Cercas seguirá siendo Xavi para muchos de nosotros. El Xavi que se marchó a Estados Unidos, que volvió a Girona y dio clases en la Universidad porque enseñaba la mar de bien y porque se hizo colega del rector Pep Nadal, en los lavabos de un bar, hace siglos, ambos con un vaso de tubo con gintónic de garrafa en la mano que les quedaba libre. El Xavi que se largó con el mismo Nadal al Collell para que le contara detalles (¡Dios está en ellos!) de su estancia en el internado. El Xavi que vuelve para ver a la familia y para hablar, con la vehemencia de siempre, de lo divino y de lo humano. No sería cierto si dijera que somos amigos. Compartimos hace años más de una cena y más de dos copas, y alguna excursión infantil con festival infantil y con infantiles cocas de limón, pero hace un montón de tiempo que no le veo. Y, además, recuerdo que un día quise matarle por los celos que me entraron al comprobar lo bueno que es. Fue en un cuento y ni ahí me atreví. Supongo que ya estaba pensando entonces que es uno de los grandes, uno de esos que cierran el círculo, uno de esos que te miran tras la espalda mientras escribes. ¡Y él no sabrá nunca cómo demonios me alegro de no haberle asesinado y de que haya ganado el Nacional. ¡Joder, Xavi!