CRÓNICA

Juicio al ciudadano Sócrates

Josep Maria Pou, encarnando a Sócrates, en el Festival de Mérida.

Josep Maria Pou, encarnando a Sócrates, en el Festival de Mérida.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / MÉRIDA

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Vestido de blanco, con una sencilla túnica y descalzo, la figura de Josep Maria Pou emerge poderosa entre las piedras del Teatro Romano de Mérida. Él es Sócrates y ni el filósofo ateniense si levantara la cabeza lo podría poner en duda viéndole evolucionar sobre el inmenso escenario. Él es el maestro de Platón, en cuyos textos y en los del historiador Laercio se basa esta versión de la tragedia sobre el juicio y muerte escrita por Mario Gas, director del montaje, y el actor Alberto Iglesias y estrenada la noche del miércoles. La producción es una denuncia a la falta de moral de los que, desde el poder y en nombre de la democracia que él contribuyó a crear, le condenaron a muerte obligándole a tomar cicuta.

«Os vamos a contar lo que Atenas hizo conmigo», dice a modo de introducción de la obra poco después de que sus compañeros de reparto hicieran un repaso de la vida de este defensor de la libertad y la ética, además de incansable látigo contra la corrupción de los gobernantes de Atenas.

EN EL ESCENARIO DEL ROMEA

El montaje, que seguirá hasta el domingo en el Festival de Méridallegará al Romea el próximo jueves, dentro de la programación del Grec. Los 1.500 espectadores que se dieron cita en el caluroso recinto siguieron la trama con un silencio religioso, solo interrumpido por aplausos en los momentos en los que la contundencia de la palabra de Sócrates o la de su mujer, muy bien encarnada por Amparo Pamplona, merecieron esta espontánea reacción.

La potente y matizada voz del intérprete resonó con la misma fuerza y convicción que sus argumentos. La escenografía de Paco Azorín, ideada como un senado y hemiciclo, arropa el desarrollo de una puesta en escena de acento creativo catalán. Carles Canut, Borja Espinosa, Guillem Motos, Pep Molina y Ramon Pujol completan el brillante reparto. Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano ha unido 22 años después de Golfus de Roma a Gas y Pou. Y lo ha hecho en un momento en el que el legado del filósofo está más vigente que nunca. Ambos no han dudado en dedicar la obra a «la lucha del pueblo griego contra sus acreedores y a la de la Europa de los pueblos frente a la de los mercaderes».

La pieza está planteada desde la óptica del teatro procesal e invita a la participación del público de atenienses al que se dirigen los actores. Las gradas son como un ágora pública y cada espectador se siente, dice Gas, «como alguien que fustiga a una democracia desposeída de sí misma, corrupta y casi aniquilada por aquellos que se llenan la boca en proclamarla». Pou advierte antes de dirigirse al fondo del escenario que vamos a asistir a un juicio, en el que le condenarán a muerte por pervertir a la juventud y negar a los dioses oficiales, convirtiéndose así en el primer ciudadano sancionado en democracia con la pena máxima.

UN GRAN CARLES CANUT

De nada servirán los impecable argumentos de su fiel amigo Critón (un gran Carles Canut) y de sus defensores ante la ofensiva falaz e interesada de sus enemigos. El escenario se llena de apelaciones a las leyes, la democracia y la amistad. Este hombre sabio, pero despistado y vago, que dice que nunca pronunció la célebre frase «solo sé que no sé nada» lanza dardos contra todo el que se mueve fuera de los caminos de la ética. Atendiendo a la lógica de su pensamiento renuncia a ser puesto en libertad. «Convenimos que la vida había que vivirla con coherencia, honestidad y justicia», proclama. Prefiere la muerte a contravenir las leyes.

La puesta de escena, algo estática y un pelín reiterativa en el texto, superó con nota la dificultad de estar representada en un marco tan inmenso. La cercanía del Romea, en una obra con predominio de la palabra, hará que esta necesaria función gane muchos enteros.

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