El pop gagá de Lady Gaga

RAMÓN De España

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Como todo el mundo sabe, o debería saber, lo mejor que se puede hacer con un disco lleno de canciones de Lady Gaga es borrarlo, llenarlo de información confidencial de altos vuelos y pasárselo a Julian Assange para que la líe parda. Curiosamente, no todos los seres humanos se apuntan a los criterios de las gargantas profundas de Wikileaks, por lo que esa Madonna de segunda división (¡y Madonna ya es de tercera regional!) vende discos a cascoporro en todo el mundo, cosa que a mí, francamente, me sume en una tristeza rayana en la desolación.

Para añadir al insulto la afrenta, el pasado viernes, el suplemento juvenil de un diario de la competencia ofrecía en portada un dibujo de Lady Gaga en el que aparecía exactamente igual que David Bowie en su disco Aladdin Sane, con el rostro cerúleo atravesado por un rayo rojizo. Hasta ahí podíamos llegar: en sus buenos tiempos (de Hunky Dory a Scary monsters, para entendernos), Bowie puso siempre el espectáculo al servicio de una música muy relevante; lo que no es el caso de esta señora que recurre a los disfraces absurdos y a las chuletas de cerdo para ilustrar un manido estilo musical del género (tecno) tonto. Creo que su principal logro es haber conseguido algo que parecía imposible: ser más pesada, absurda y falsamente revulsiva que la rubia ambiciosa en la que se inspira. Aunque de la misma manera que Marilyn Manson tuvo el detalle de emular a Alice Cooper cuando este ya había pasado de moda, hubiera estado bien que Lady Gaga no intentara meterse en los zapatos de Madonna cuando esta todavía los lleva puestos.

Lo más sorprendente de esta historia es que se le haga caso a alguien que no aporta absolutamente nada nuevo a la historia de la música pop, instalada desde hace años, todo hay que decirlo, en el reciclaje. Vale, también hubo quien se tomó en serio a The Darkness (respuesta británica a los ficticios Spinal Tap de la película de Rob Reiner), pero esos infelices tuvieron el detalle de autodestruirse en unos meses, mientras que a esta pelmaza no hay quien se la quite de encima. Curiosos tiempos los nuestros, en los que arrasa la copia mala de un original ya bastante defectuoso.