El poeta con micrófono

Joan Margarit publica su nuevo poemario, 'Des d'on tornar a estimar'. En uno de los textos más vehementes carga contra la Barcelona actual, 'desolada ciutat que fas de puta'

Joan Margarit 8El poeta, ayer en Barcelona.

Joan Margarit 8El poeta, ayer en Barcelona.

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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En el último poemario de Joan Margarit hay seis palabras, las del título, Des d'on tornar a estimar, que se repiten cada pocas páginas. Ese es el hilo central del libro, asegura, más que esos temas constantes, la pérdida de los hijos, el paso del tiempo, el peso de la vejez, con los que ha ocupado el espacio que los lectores de poesía en catalán reservaban hace unos años a un Miquel Martí i Pol o un Vicent Andrés Estellés. «El núcleo -explica Margarit, afónico entre entrevistas y recitales- es el amor en todas sus variantes, que está hecho de bondad y de adoración. Hemos inventado normas para ser una buena persona, desde los mandamientos a lo políticamente correcto, pero esto no es la bondad, la bondad está al otro lado, a donde estos poemas buscan llegar».

Ese lugar desde donde querer, añade, «cambia constantemente y por eso siempre tienes que estar persiguiéndolo». Y si no es un lugar preciso, si hay un tiempo desde donde encontrarlo. «La infancia y la vejez. Entre medio la vida tiene muchas turbulencias, con días en que tan a menudo llueve o hacer sol. Pero la infancia y la vejez son como esos días de Barcelona que sales y desde donde estés ves el mar con una atmósfera transparente, y ese día crees que estás más cerca de ver qué es la ciudad. Es lo que te puede pasar cuando te haces viejo, si tienes cultura y buena fe».

El Margarit entrevistado no es muy distinto del Margarit leído. Se encuentran a medio camino. El entrevistado rehuye tanto de la respuesta fácil como el poeta evitar escribir en «una lengua inventada». «Intento que sea la misma lengua que hablo la que escribo, cosa que no es fácil. Tengo una pequeña fe previa en que, si no, serán mentira, seguramente». Pero en Des d'on tornar a estimar aparece también un Margarit emprenyat con el país. Haber elegido rescatar para su poesía el catalán que le quisieron robar de niño le ha dejado, escribe en un poema, «a mercè d'una gent que era la meva». Una carga bajo la que no parece cómodo. «Este poema va en contra de la autocomplacencia; empiezas diciendo que has salvado la lengua y eso te puede llevar a un idealismo muy nocivo, a acabar diciendo que es la más maravillosa. Pero ya sé dónde estoy, ¿eh? Mis políticos no son mejores que los de Madrid».

En la sobrecubierta del libro aparece un Margarit en pleno recital, micrófono en la mejilla y gesto que, observa, tiene algo del soviético Yevgeny Yevtushenko. Ese poeta con micrófono, con tribuna y voz pública, se indigna con quienes le reprochan su antología de Joan Vinyoli («me dicen que lo he destrozado»), con los políticos catalanes, con Barcelona, «desolada ciutat que fas de puta», concluye en uno de sus poemas más vehementes.

«¿Pero es que no podemos tener una lectura propia de las cosas? Porque yo diga que Convergència es un partido que tiene encausados, que estos tan malos de Madrid han tenido que indultar a los de Unió que eran una colla de xorissos, que un señor que ha sido durante años el segundo de Pujol no sabía lo que pasaba en el Palau, que nadie me ha pedido perdón por haberme robado los cuartos, ¿eso es ir contra Catalunya? Es la defensa de todo este chorizamen que cuando levantes una voz crítica digan que eres un derrotista. ¿Podemos explicar por qué dos partidos políticos como CDC y ERC, tan cercanos que se podrían intercambiar, no hay manera que se entiendan -aclaración; Margarit dice esto incluso horas después de la reunión Mas-Junqueras- y, en Madrid, PP y PSOE a los cinco minutos se entienden en las cosas elementales? Eso quiere decir que allí tienen una altura de miras que no tienen ustedes. Es así de sencillo».

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