EL ANFITEATRO

Un 'Parsifal' para un mundo post-religioso

La ópera de Richard Wagner gana profundidad con la batuta de Haenchen y la dirección escénica de Laufenberg en el Festival de Bayreuth

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Rosa Massagué

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Hay producciones operísticas que con el paso de los años pierden fuelle. Otras por el contrario, lo ganan. Este es el caso de ‘Parsifal, de Richard Wagner, que se presenta en el Festival de Bayreuth por segundo año con la dirección escénica de Uwe Eric Laufenberg. Es así por obra y gracia de la dirección musical de Harmut Haenchen y también por un elemento sobre el que el festival no tiene ninguna influencia como es la actualidad, pero que ayuda a la propuesta escénica.  

Este ‘Parsifal’ está muy lejos de los que se han presentado en Bayreuth en los últimos años. No hay ni la osadía conceptual y estética de Christoph Schlingensief, ni el apretado compendio histórico que mostraba Stefan HerheimEn el ‘Parsifal’ de Laufenberg hay una mirada muy contemporánea a cuanto ocurre cerca de nosotros. Es una mirada en la que la religión (Wagner calificó su obra de ‘festival escénico sacro’) tiene un papel determinante, pero, al mismo tiempo la dramaturgia que propone acaba planteando un mundo post-religioso haciendo suyas estas palabras del Dalai Lama: “A veces pienso que sería mejor que no hubiera religiones”.

Este ‘Parsifal’ tiene lugar en una iglesia cristiana en algún lugar del norte de Irak que ha sido bombardeada. Lo que queda de la nave del templo es, de noche, asilo de refugiados. Esta es la tarea de la comunidad del Grial. Hay una breve presencia de soldados (se supone que estadounidenses). Klingsor, el caballero libidinoso que había sido expulsado de la orden y se había castigado a sí mismo castrándose, es aquí un psicópata coleccionista de crucifijos en su castillo mágico. Las muchachas-flor del original wagneriano, van aquí vestidas con un niqab que luego se quitan para aparecer como odaliscas dispuestas a seducir al joven Parsifal, al ‘simple inocente’.

En la versión de Laufenberg la ‘redención para el redentor’ que clama el coro en sus últimas palabras no vendrá de la religión. Todo lo contrario. Parsifal, que ha partido la lanza en dos trozos con los que ha hecho una cruz, los arroja al ataúd de Titurel. Este gesto es seguido por todos los presentes en la ceremonia ecuménica del Viernes Santo pertenecientes a las distintas religiones. Todos ellos arrojan los símbolos de sus creencias al ataúd.

Este final es el contrario de cuánto ocurre en el primer acto cuando Amfortas, el caballero que rige los destinos de la comunidad del Grial en Montsalvat, enfermo y con un herida que no se cura como resultado de haber sucumbido a la tentación y haber perdido la lanza con la que fue herido Cristo en la cruz, es él mismo Jesucristo, fuente de la que beben y se alimentan directamente los caballeros en una escena un poco ‘gore’.

Consolidación

ConsolidaciónHaenchen asumió la dirección de ‘Parsifal’ el pasado muy a última hora. Andris Nelsons había abandonado dos semanas antes del estreno tras un desencuentro con la dirección artística del teatro y el resultado no pasó de la corrección. Este año su trabajo orquestal es mucho más sólido, más trabajado, con un uso de los ‘tempi’ que se ajusta muy bien tanto a lo que reclama el libreto como lo que se desarrolla sobre el escenario. Y la orquesta del festival sabe responder como pocas.

Junto a la batuta de Haenchen también las voces en general han sonado mucho más convincentes ofreciendo un nivel muy homogéneo y de mucha altura. Sin embargo hay una que merece todo el aplauso. Es la del bajo Georg Zeppenfeld como Gurnemanz. Su interpretación lo tiene todo, voz hermosa, con unos graves bien colocados, lirismo y mucho sentimiento. Este cantante va camino de convertirse en un Gurnemanz de referencia.

Este año Parsifal es Andreas Schager, uno de los escasos ‘heldentenors’ que hay en circulación (Klaus Florian Vogt, que estrenó esta producción el pasado año, canta este año Walther von Stolzing en ‘Los maestros cantores de Nurenberg’). El barítono Ryan McKinny repetía como Amfortas, lo mismo que la soprano Elena Pankratova como Kundry con unos agudos impresionantes. El bajo-barítono Derek Welton es un nuevo y muy bueno Klingsor. En este ‘Parsifal’ también ha habido un papel breve cantado por un intérprete lujo, como ya ocurrió en ‘Los maestros cantores’ por indisposición del titular. En este caso Günther Groissbock asumió el de Titurel.

Del coro del festival poco más hay que decir salvo que sigue siendo una formación extraordinaria bajo la dirección de Eberhard Friedrich. El atronador ‘crescendo’ en el final del último acto es de los que ponen la piel de gallina.

Este 'Parsifal' es escasamente polémico lo que no significa que carezca de ideas y de calidad musical. Al contrario. El público así lo reconoció con el aplauso más largo y fuerte registrado hasta aquel momento en la edición de este año del festival wagneriano.

'Parsifal', visto el 27 de julio.

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