El paraíso infantil de Mercè Rodoreda
A partir de cartas inéditas, Carme Arnau reconstruye la infancia de la autora de 'La plaça del diamant', omnipresente en toda su obra de ficción
El mito de la infancia fue clave en la obra de Mercè Rodoreda pero, sostiene la experta en la obra de la novelista Carme Arnau, la infancia real de la autora de La plaça del diamant ha sido menos estudiada que los sucesivos episodios de su vida, como el trauma de la boda concertada con su tío carnal Joan Gurguí, la ruptura con la vida convencional y dependiente a la que parecía condenada y su inserción en los círculos periodísticos e intelectuales durante la república y, finalmente, la experiencia del exilio. A este periodo, desde su nacimiento en 1908 hasta el brevísimo dietario que dejó escrito en 1924, ha dedicado Arnau El paradís perdut de Mercè Rodoreda (Edicions 62).
«En todas las novelas de Rodoreda hay un tema principal, la pérdida de la inocencia, y eso va ligado al paraíso que para ella fue su infancia, un paraíso que se perdió», argumenta Arnau, que dedicó su tesis doctoral a la escritora y ha colaborado en la edición de sus obras completas (de las que está pendiente, y prevista para el próximo enero, la publicación de sus trabajos de juventud).
LA FIGURA DEL ABUELO / En El paradís perdut de Mercè Rodoreda Arnau utiliza la correspondencia inédita que los Gurguí-Rodoreda y la propia escritora mantuvieron con Joan Gurguí, el tío de América, hasta su regreso en 1921, y seis páginas de anotaciones personales de propia Rodoreda con con 16 años. En la biografía de referencia que Montserrat Casals publicó en 1991, la autora ya tuvo acceso a estos materiales. «Pero ella hace una biografía de Rodoreda en el que el episodio de la infancia es muy breve», apunta Arnau. Respecto a la biografía de Casals, entre las principales novedades que aporta su libro, en opinión de la propia Carme Arnau, es «dignificar» la figura del abuelo materno de la escritora, quien le transmitió su ferviente nacionalismo catalán y perfilarlo «no como una persona sin grandes inquietudes culturales, como un drapaire, sino un personaje con un papel, de quien escribe Pla». Sobre los padres de Rodoreda, dos aficionados al teatro y alumnos de Adrià Gual, también añade Arnau que «su cultura era más sólida de lo que parece» y aparecen en repartos de obras del Auditòrium antes de que renunciasen a su carrera teatral.
El repaso de la documentación familiar cuestiona algunos datos biográficos de los que habló o escribió la propia Rodoreda, siempre muy poco fiable cuando hablaba de sí misma, hasta el punto de que, dice Arnau, «se construyó una biografía literaria». «Por ejemplo, no es cierto que solo fuera a la escuela dos años. En las cartas ves que ella siguió una escolarización normal [para una niña de su época y clase social], que fue todos los años a la escuela desde los 6 hasta los 12».
En el Casal Gurguí de Sant Gervasi, Rodoreda no solo crece rodeada de las flores de sus dos jardines que tanto la marcarán. La mentalidad del grupo familiar que componían abuelo, hija, yerno y nieta estaba también llena de mariposas en la cabeza. «Vivían rodeados de una iconografía romántica, en un entorno vegetal, con historias fantásticas llenas de ángeles, en un mundo aparte en el que eran felices hasta que tuvieron que tocar de pies en el suelo». En este proceso, el ogro de la historia, el tío de América, aparece hasta cierto punto excusado. Enviado a los 14 años a Argentina a hacer fortuna, toda la familia vive a expensas de sus remesas, que le exigen puntualmente (y que tienen preferencia a que se pueda comprar ropa o incluso estudiar contabilidad). «Y cuando llega el dinero, se van a comer fuera de casa», explica Arnau. Al regresar, y con la muerte del abuelo, el tío pone orden, «todo el espejismo se rompe» (y, lo que es más incomprensible desde nuestra óptica, se acuerda la boda con su sobrina de 14 años, con seis de espera hasta que cumple los 20).
Rodoreda edificó una biografía literaria pero también una literatura biográfica, con sus ficciones llenas de pistas y claras equivalencias entre las vivencias de sus personajes y los suyos propios. «Quizá el autor, aunque no quiera, se deja ir y le sale lo que lleva dentro, lo que no quiere decir, pero que dice», argumenta Carme Arnau.
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