EL LIBRO DE LA SEMANA

Los rugidos de la verdad

Manuel Vilas compone en este libro de memorias un hermoso ejericicio de introspección

El escritor Manuel Vilas, en Barcelona.

El escritor Manuel Vilas, en Barcelona. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Este libro ruge. También ronronea a veces. No es una de estas autoficciones de moda, no es una autobiografía ni una novela strictu sensu, es un registro narrativo del más apabullante de los duelos: el duelo por uno mismo recubierto por el duelo hacia quienes nos amaron y a quienes, de pronto, descubrimos como autores de lo que somos.

Manuel Vilas le ha llegado la hora de la verdad. En sentido literal. No se trata solo de encararse a la escritura sin el adobo de la ficción, sujeto a la austeridad de lo acontecido, sino la de escarbar con las uñas en su propia vida pasada e irrecuperable, la de su infancia de niño pobre de los años sesenta y setenta, la del mundo familiar que crearon para él y en el que reinaron sus padres. Son ellos, de hecho, los protagonistas de este descenso a las capas más profundas y olvidadas del tiempo, allí donde la herencia genética y la clase social y el entorno familiar fraguaron la personalidad del sujeto, de Vilas o de nosotros mismos. Esta espeleología hacia las raíces solo puede emprenderse desde el estremecedor desamparo elegíaco de quien siente la helada requisitoria de la muerte, porque sus progenitores ya no están y sus descendientes, cuando los hay (como aquí), ya viven en un escenario donde él es un figurante prescindible. Desde esa paradójica meseta de profundidad todo el paisaje vital se vuelve quebradizo y esencial y las personas y los hechos y las cosas revelan su fugacidad y su hermosura.

Rescate moral y afectivo

 Vilas ha sabido registrar ese descenso a sí mismo a través de las figuras de su padre y su madre, como astros recién descubiertos que le han obligado a volver a trazar el mapa de su firmamento particular. Ahí están ellos, orígenes y causas eficientes, con sus excentricidades y lados sombríos en cierto modo inscritos en su ADN. Una especie de lealtad moral le ha prohibido a Vilas el uso de maquillaje, pero eso mismo confiere a su evocación una pasmosa transparencia que puede pasar, en algún momento, por inmisericordia. Sin embargo, el escritor escapa a uno de los riesgos del autobiografismo descarnado, que es la autoflagelación, la exhibición de la propia miseria, el recuento morboso de infiernos cotidianos como puedan ser el alcoholismo o el descalabro de un divorcio. Acierta, nada de eso era necesario. Su propósito no es el autorretrato sino el rescate de un espacio moral y afectivo (también material) del que apenas van quedando testigos.

En secuencias que oscilan adelante y atrás en el tiempo, Vilas rescata fragmentos de ese espacio, los evoca y juzga sin indulgencia y exhuma la sustancia que mantenía unido aquel universo de elementos precarios: el amor. Un amor que no se sabe expresar ni agradecer pero que es como la fuerza nuclear fuerte que asegura la unión de protones y neutrones, pero también como la luz que baña una realidad llena de sufrimiento, derrota y absurdo. No cabe duda de que 'Ordesa' tiene una función purgativa para el autor, pero también supone una catarsis para el lector, porque su inquisición sobre qué, quién y para qué es él se proyecta en un inquietante qué, quienes y para qué somos nosotros. Esa generalización traslada la imagen de una familia concreta a la del país menesteroso y disparatado en que vivió, la España de la que escribió Vilas en 2008 y que, en uno de los poemas que cierran el libro, se reduce a la «solemne nada histórica». Ni siquiera las ingeniosidades ásperas de Vilas suavizan el efecto sobrecogedor de este poderoso testimonio.