EL LIBRO DE LA SEMANA

'El meteorólogo', de Olivier Rollin: sangre en las nubes

Olivier Rolin relata con las armas de la ficción la historia real del meteorólogo Aléksei Feodósievich Vangengheim, víctima del estalinismo

El escritor francés Olivier Rolin.

El escritor francés Olivier Rolin. / periodico

SERGI SÁNCHEZ

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"He relatado tan escrupulosamente como he podido, sin novelar, procurando atenerme a lo que sabía, la historia de Aléksei Feodósievich Vangengheim, el meteorólogo, un hombre aficionado a las nubes y que hacía dibujos para su hija, atrapado en una historia que fue una orgía de sangre". Eso escribe Olivier Rolin al poco de acabar su relato. Nos miente, claro, porque en la línea de Emmanuele Carrère o Javier Cercas, está 'novelando', en la medida en que su fidelidad a los hechos no le exime de aproximarse poéticamente a la realidad. Al incluirse, aunque sea de forma oblicua, en la biografía de esta víctima (una más) del estalinismo, Rolin subjetiva a Vangengheim de muchas maneras distintas: se identifica con él, le compadece, le utiliza para homenajear a todos aquellos que murieron injustamente en los gulags pero también lo retrata como símbolo de esa utopía que, haciéndose realidad, sembró la muerte prematura de todas las revoluciones que estaban por venir.

 Ese "sin novelar" podría ser un argumento para convencer a los detractores de esta nueva tendencia de la ‘no ficción’ de que, por muy increíble que parezca, la historia de Vangengheim es real. Cualquiera que haya leído 'Vida y destino', de Vasili Grossman, o “Archipiélago Gulag”, de Aleksandr Solzhenitsyn, podrá comprobar que el periplo kafkiano del jefe del Servicio Meteorológico de la URSS era moneda común en esos cementerios de presuntos disidentes. Por eso no importa tanto la verdad documental de los hechos sino la manera en que la novela llama la atención sobre sus propias estrategias de legitimación histórica (esa tercera persona del singular que, en las epístolas, sin apenas solución de continuidad, se convierte en primera). En ese sentido, la prosa de Rolin es de una nitidez, de una transparencia notables, y se pone al servicio de Vangengheim -y de su hija Eleonora, la destinataria de sus cartas, sus dibujos y sus herbarios, de las que la cuidada edición española incluye una selección, en color y papel satinado, como apéndice- con la humildad de un testigo ocular a quien le habría gustado tender una mano a ese hombre que, incluso en los peores momentos de su confinamiento, sigue confiando en que el Partido se dará cuenta de su error.

Lo más conmovedor de Aléksei Feodósievich Vangengheim es su idealismo. El anclaje a la vida que le aporta la relación epistolar con su hija es también el de otra utopía, que es el sueño de medir la temperatura de la Naturaleza, predecir sus movimientos cósmicos, entender sus efectos sobre el hombre común, hacer política con ellos para contribuir a la utopía comunista y establecer una cierta pedagogía humanista a través del clima, como si Vangengheim quisiera ver en las auroras boreales del Polo Norte un signo de que, al cabo de la calle, su muerte será didáctica, servirá para algo. La Historia le demostrará que no, que ni siquiera su biógrafo podrá explicar con exactitud por qué le detuvieron la noche del 8 de enero de 1934, pero eso es lo de menos, porque la literatura, sin avergonzarse de su aliento novelesco, existe para restituir la memoria de gente como él, que creyó en la revolución antes de que la revolución se disolviera en el aire, llevándose por delante un enorme puñado de almas que siguen hechizando el presente de Rusia.