El toque dulce de Naomi Kawase

La directora japonesa reúne a tres almas solitarias en la sosegada 'Una pastelería en Tokyo'

La directora japonesa Naomi Kawase.

La directora japonesa Naomi Kawase.

BEATRIZ MARTÍNEZ / MADRID

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El cine de Naomi Kawase se siente, se respira, se acaricia. La directora japonesa aporta a sus películas una sensibilidad muy especial, casi a flor de piel, que nos conecta con la parte más espiritual, y al mismo tiempo más terrenal de nuestro ser. Y todo ello a través de unas imágenes profundamente sensoriales que atrapan a través de su exquisita belleza poética y de su armonía visual.

Con tan solo 18 años consiguió la Cámara de Oro del Festival de Cannes con su ópera prima, Suzaku (1997) y a partir de ese momento ha ido construyendo su particular mirada hasta llegar a Una pastelería en Tokyo, su última película, por la que acaba de recibir el Premio al Mejor Director en la Seminci y que llega hoy a los cines.

En ella reúne a tres personajes que, por distintas razones, sufren algún tipo de exclusión social. Tres almas solitarias que encontrarán su particular refugio en una pequeña pastelería en la que cocinarán un dulce japonés tradicional, los dorayakis, mientras que entre ellos se establecerán vínculos afecto y solidaridad. «Intento dar foco a aquellas personas que están al margen de la sociedad, a los desheredados e inadaptados», nos contaba la realizadora durante su paso por la Seminci de Valladolid.

Precisamente por ello, uno de los temas que trata la película es el rechazo al que se vieron sometidos en su país los enfermos de lepra durante años. «En Japón han estado aislados completamente», continúa Kawase. «Aunque estuvieran curados se les discriminaba sistemáticamente».

Un guión ajeno

En esta ocasión, Kawase abandona el paisaje rural de su ciudad natal, Nara, donde había desarrollado el grueso de su obra, y se traslada al entorno urbano de Tokio para ambientar esta historia, adaptación de una novela de su compatriota Durian Sukegawa. «Es la primera vez que no parto de un guion original escrito por mí misma, pero creo que en este texto encontré muchos vínculos con mi manera de entender el cine y la vida». Lo cierto es que la mirada de la directora se ha hecho cada vez más accesible, más humanista, a pesar de que sus imágenes, eso sí, sigan cargadas de simbolismo.

Una de sus características esenciales continúa siendo la relación que logra establecer entre sus personajes y el espacio que habitan, en especial, el vínculo entre el hombre y la naturaleza. "Me gusta capturar lo intangible, la sensación del viento rozándonos la cara, la emoción que supone contemplar los cerezos en flor… las sensaciones, los olores, los sabores y las experiencias más íntimas de una manera orgánica».

De hecho, Una pastelería en Tokyo se erige como un remanso de paz dentro de la agitación de la vida moderna más frenética. La calma, el gusto por las cosas bien hechas y con un cuidado especial, la paciencia. «Todo requiere su tiempo. Igual que una semilla tarda en dar su fruto. Pero vivimos en una sociedad dominada por el consumo, el dinero y la inmediatez. Requería recuperar esos valores».

Es una de las pocas mujeres directoras que operan en su país dentro industria cinematográfica eminentemente masculina. Pero ella prefiere no hablar de eso: «Soy Kawase, Naomi, y ya está. Y esa mentalidad, me ha traído hasta aquí».

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