Mayúscula Amparo

JOSEP MARIA POU

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No fue una colleja. Fue una bofetada en plena cara. Un bofetón a mano abierta. Un golpe seco. De los que te dejan sin respiración. Y, enseguida, un dolor inmenso. La noticia del fallecimiento de Amparo Baró me llegaba así en la mañana del jueves. Increíble. Ni la menor sospecha de una enfermedad que -tan discreta en eso, como en todo- supo mantener casi en secreto. Tras el asombro y la incredulidad, una catarata de imágenes y recuerdos. Y acto seguido, a borbotones, los versos de Miguel Hernández: «Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado».

Quería mucho a Amparo. Compartí con ella escenario, estrenos, giras. Cuando el oficio nos juntó por vez primera le dije que ya nos conocíamos, que estaba en mi vida desde hacía años, desde aquella temporada en el Teatro Candilejas de Barcelona donde hizo La dama boba, Angélica Maria y Frankie y la boda. Yo, entonces mero espectador, la aplaudía ya como a una de las grandes. Mayúscula, Amparo. Ella, tan minúscula, tan mínima.

Me llamaba Pouci, abreviatura de Poucito, diminutivo, a su vez, de un Pou que se le antojaba demasiado alto. «Hijo, eres tan alto. Te llamo Pouci y es como si te llevara en el bolso, pequeñito». Hicimos varias funciones. Y fuimos Nora y Torvald, marido y mujer, en Casa de muñecas. A su lado, en esa función, me supe actor -por fin- porque ella, actriz, me enseñó a mirar, escuchar, recoger y entregar. La larga escena final, los difíciles 20 minutos a calzón quitado, uno frente al otro, antes del famoso portazo, eran, a diario, una clase magistral: era Amparo, maestra, aprobando con la mirada; era Amparo, compañera, apretándome la mano para infundir confianza; era Amparo, genial, haciéndose giganta a cada frase. Ella, tan minúscula, tan mínima.

Me empeñé en traerla de nuevo a Barcelona. Desde la dirección del Teatro Goya se lo pedí, año tras año; le pedí que fuera Lady Bracknell, o Madame Arcati, o quien ella quisiera. Pero que volviera, después de tantos años. Hace un par de meses me llamó: «Pouci, me han ofrecido una función que me gusta». Y yo, enseguida: «Vente al Goya con ella». Y ella, riendo: «Hablaremos, Todo se andará». Y ahora sí, por primera vez, estaba seguro de conseguirlo.

No volverá a Barcelona. Pero estará en escena, a mi lado, sin notarse, en las dos funciones de hoy. Y en la de mañana. Y en la de pasado. Siempre. Mínima. Minúscula. Genial.