Aquí no hay porqué
EL LIBRO DE LA SEMANA Martin Amis establece su diagnóstico sobre la condición humana
Escribir sobre el Holocausto —escribir una novela— raya en la temeridad. Es tal la cantidad de literatura sobre los campos de exterminio nazis, tan ingente el caudal de testimonios sobrecogedores, tan inabarcable la montaña de estudios sobre aquella locura inconcebible que el riesgo de caer en la repetición o en la inanidad —para qué añadir algo ya dicho o irrelevante— es muy alto. Por no hablar del riesgo de errar el tono o de hurgar heridas demasiado profundas para estar del todo cicatrizadas, tanto entre los judíos como en Alemania. Pero Martin Amis (Londres, 1949) no es un escritor que se arredre ante riesgo alguno sino más bien lo contrario. En La zona de interés La zona de interésse ha enfrentado a la posibilidad de abordar un tema convencional, como las contingencias que favorecen o traban una relación amorosa triangular, en el escenario máximamente atroz de Auschwitz y hacerlo, además, sin renunciar a los recursos satíricos que el asunto, con otro trasfondo, hubiera admitido. El resultado literario, digámoslo desde el principio, es admirable.
El triángulo que enfoca Amis lo forman el joven oficial nazi Angelus Thomsen, sobrino de Martin Bormann (el secretario de Hitler), el Kommandant de Auschwitz Paul Doll —contrafigura del Rudolf Höss real— y su esposa Hannah Doll. Alrededor de ellos, personajes históricos e imaginarios, nazis e internos, componen un retablo ominoso en el que destaca el Sonderkommando Szmul, un judío que colabora en la maquinaria de muerte de crematorios y cámaras de gas. Thomsen, exitoso seductor —como su amigo de infancia Boris Eltz, su confidente y donjuán desaforado—, fija como próximo objetivo a Hannah, sin prever que, en medio del horror, iba a enamorarse de ella. El contraste entre la ternura de ese sentimiento y la indescriptible bestialidad que se practica en el campo produce un efecto casi monstruoso, que Amis, sin embargo, hace verosímil a través de un desarrollo pausado y de una medida opacidad en la psicología de Golo Thomsen.
La mayor parte de la novela se invierte en la descripción de un estado de cosas, sin apenas progreso (porque no lo necesita): se nos presenta el espantoso acontecer cotidiano del campo, la aleación de estupidez y maldad del borracho Doll, la desafección de Hannah, la intrigante convicción de Eltz, la existencia de nazis perplejos ante la demencia antisemita como Burckl, la creciente resistencia de Thomsen como responsable de la fábrica de caucho de Buna-Werke... Esta controlada suspensión narrativa conduce a un desenlace coherente y, no obstante, inopinado, un corolario indefectiblemente desalentador sobre la condición humana y brillante desde la óptica de la composición novelística.
Para contar la historia, Amis escoge tres voces, las de los antagonistas Thomsen y Doll y una tercera, como contrapunto, la del judío Smulz. Los oímos pensar, hablar y escribir, dirigiéndose a otros y en cavilaciones silenciosas. Esta polifonía permite caracterizar desde dentro a los protagonistas y nos sitúa ante las irresolubles paradojas de la conducta de los tres (el verdugo Doll, la víctima-verdugo Smulz y el involuntario verdugo auxiliar Thomsen). Acabará prevaleciendo la voz de Thomsen, pero el lector tendrá que sopesar esa prevalencia en la trama y el valor moral que implica. Por encima de todo, la novela se pregunta si puede entenderse el asesinato planificado de millones de seres humanos y la respuesta tácita que da (explícita en el epílogo) es que no: podemos conocer los hechos pero no comprender los porqués.
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