NOVEDAD EDITORIAL
El alma rusa de Marta Rebón
La traductora de Tolstoi, Dostoievski y Vasili Grossman debuta en la narrativa con 'En la ciudad líquida'
Marta Rebón, una de las grandes traductoras de ruso de este país, no tiene muy claro cómo ha llegado hasta aquí. A base de tesón, claro, pero sin un mapa previo. Ahí están sus múltiples traducciones de los clásicos de antes y después del estalinismo –más de 50,pese a su juventud-, sus artículos eslavófilos y su actividad como fotógrafa que comparte con su pareja, Ferran Mateo, con quien ha establecido una curiosa simbiosis creativa. El salto a la narrativa era, pues, solo cuestión de tiempo y ahora se concreta con 'En la ciudad líquida' (Caballo de Troya), un libro que aúna literatura de viajes, crónica literaria, guía de lecturas y memoria con un denominador común, ella misma. De hecho, el volumen es una forma de reunir sus afinidades y ordenarse. Lo curioso es que no habiendo apenas intimidades y sí mucho registro –literario y fotográfico- de sus viajes y sus lecturas, acabe siendo un retrato muy personal.
Tampoco se ha planteado Rebón ser nómada y, sin embargo, lo es. Se siente cómoda en el dislocamiento. Ahora está a punto de hacer las maletas para instalarse en Israel, adonde le llevará su tesis sobre Isaak Bábel. Será uno más de los lugares donde ha vivido, Barcelona, Cagliari, La Habana, Oporto, Tánger –ciudades todas ellas muy literarias- pero sobre todo, San Petersburgo, la gran ciudad líquida, un lugar que conoció antes leyendo a Gogol y a Dostoievski y que tiene un lugar central en este libro. “San Petersburgo se creó hace solo 300 años drenando una zona pantanosa para detener el avance de las tropas suecas. El zar Pedro I mandó crearla de la nada y tiene un aspecto fantasmagórico que antes de haberla visitado ya se coló en mis pesadillas”, explica.
El doble viaje
Leer y después viajar es para la autora viajar doblemente. “Ese juego que se establece entre el lugar físico objetivo y las construcciones mentales que me ha proporcionado el autor es muy estimulante. Nada es como te lo esperas pero cuando visitas esos lugares y los contrapones a tu imagen mental lo comprendes todo de una forma más intensa”. Piensa Rebón en el pasado verano cuando visitó las fincas familiares de los Nabokov, a 75 kilómetros de San Petersburgo, de la que solo queda en pie la del tío del escritor. Allí con 9 años, Nabokov escribió su primer poema y a los 15, vivió su primer amor con Valentina Sukina, que más tarde sería el modelo para 'Ada o el ardor'. “Yo no esperaba ver lo que encontré porque las casas están demolidas pero el río, la vegetación y el paisaje fueron inquietantemente familiares. Noté esa vibración”, asegura la autora que prefiere llamar curiosidad a esa pulsión antes que mitomanía.
El saber lateral
Y aunque no había plan, sí reconocimiento. El más sentido, hacia Mihály Des, profesor y capitán que la enroló en la revista literaria 'Lateral' donde fue una más de aquella tripulación en la que se encontraban Mathias Enard, Jorge Carrión, Eloy Fernández-Porta, Gabriela Wiener y Robert Juan-Cantavella. “Sin él es muy posible que no hubiera sido traductora”, expresa. El oficio es también uno de los hilos secretos de un libro preocupado por autores que también cultivaron la traducción. “En los países del Este, la traducción es considerada un taller literario, mientras que aquí se cree que la persona que traduce es porque no tiene nada que aportar”.
Hay también otra interesante trayectoria y son los posibles descubrimientos de autores del siglo XX y contemporáneos más allá de las vacas sagradas. Se cruzan aquí las historias de Serguéi Dovlatov –a quien la viajera Rebón ama especialmente porque decía que todos los libros tienen forma de maleta- o Lidia Chukóskaia cronista del dolor de los represaliados políticos del estalinismo o alguien tan desconocido como Leonard Tsypkin, un médico introductor de la vacuna de la polio en la Unión Soviética, que escribió “para el cajón”, sabiendo que no podría publicar la novela ‘Verano en Baden-Baden’, sobre la estancia de Dostoievski en el famoso balneario. “Son esos los autores que me interesan, los que no están en el centro del canon”.
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