EL LIBRO DE LA SEMANA

Margaret Drabble: Tragicomedia de la vejez

'Llega la negra crecida' reflexiona sobre el hecho de la muerte a través de un puñado de personajes admirables en su construcción

La escritora británica Margaret Drabble.

La escritora británica Margaret Drabble. / periodico

Olga Merino

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Fue en 1970 cuando Simone de Beauvoir escribió 'La vejez', un ensayo que subrayaba proféticamente la gran contradicción de nuestro tiempo; esto es, la expectativa de vida se ha dilatado pero al llegar a la ancianidad no se cuenta con los medios ni con las fuerzas suficientes para gozar de la existencia en plenitud, y es entonces cuando la mera subsistencia puede convertirse en algo peor que la muerte. Por decirlo así, en seco, esta es la melodía que permea la última novela de la británica Margaret Drabble (Sheffield, 1939), 'Llega la negra crecida', título prestado de unos versos de D. H. Lawrence que aluden a esa marea oscura e inexorable que viene a ser el morir.

Después de la cálida acogida de las anteriores novelas 'La niña de oro puro' (Sexto Piso, 2015) y 'Un día en la vida de una mujer sonriente' (Impedimenta, 2017), esta nueva obra la protagoniza Francesca Stubbs, una mujer de setenta y pico años que sigue trabajando como inspectora de viviendas asistidas para ancianos donde los residentes aguardan una muerte profiláctica con más o menos dignidad. Ella todavía no se encuentra en esa tesitura, pero ya saborea los prolegómenos en la forma de juanetes, artritis, el cansancio crónico y unas cataratas que aún no pueden operarse.

En sus viajes a bordo de un Peugeot que conduce a toda velocidad por las autovías, Francesca, Fran, se aferra a su vitalidad y a los pequeños placeres de la existencia, los hoteles baratos, el vino tinto de merlot, el paisaje inglés, la televisión local y una mente ágil que repudia las cataplasmas en sus digresiones: “La longevidad nos ha jodido las pensiones, la conciliación entre la vida laboral y la personal, el sistema de salud, la vivienda, la felicidad. Ha jodido la propia vejez”.

En términos narrativos, no sucede nada reseñable en 'Llega la negra crecida'; nada. Sin embargo, la ausencia de trama y la navegación por los meandros de un tema a priori poco refrescante quedan compensadas por una gavilla de personajes magníficamente construidos, quienes transitan por la tragicomedia de la ancianidad o bien tienen un encontronazo súbito con la muerte. Así, como una suerte de Virgilio doméstico y muy 'british', la protagonista conduce al lector por los nueve círculos del infierno de envejecer a través de las peripecias de su familia, hijos y amistades: Teresa, que sobrelleva un cáncer terminal con un “estilo” e “implicación” impresionantes; Josephine, otra conocida, que ha domesticado el miedo a la muerte mirándola a los ojos; Claude, el exmarido cirujano, impedido en la cama y enganchado a su media hora de María Callas casi todas las noches y a la pastillita mágica que se prescribe a sí mismo; o Bennet e Ivor, una entrañable pareja gay que vive en Lanzarote, como tantos otros jubilados británicos. De hecho, atraviesa el libro una segunda crecida —una riada de muerte y vergüenza— que se refiere a la oleada de inmigrantes que arriban a las islas Canarias procedentes de las costas subsaharianas.

Aquí y allí, salpican la novela referencias cultas al hecho definitivo: La misma Beauvoir, Samuel Beckett, Sócrates, El libro tibetano de los muertos… Pero, en contra de lo que pueda parecer, no se trata de una lectura grave ni sentimentaloide, sino una reflexión lúcida sobre el absurdo agridulce de hacerse viejo.