LIbros de viajes: un trayecto por los escritores a los que iluminó el LSD

El ácido lisérgico fue consumido por autores tan dispares como Junger, Huxley y Ken Kesey en los años 50 y 60

El escritor Ken Kesey, en el año 2000 junto a los restos de su famoso autobús, el Furthur.

El escritor Ken Kesey, en el año 2000 junto a los restos de su famoso autobús, el Furthur. / periodico

Elena Hevia

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“Una pastilla te hace más grande. La otra, más pequeño”. Ese era el dilema de la desconcertada Alicia en su psicodélico país de las maravillas. Mucho antes de que el LSD se revelara como una llave secreta de la psique, la literatura ya intuyó los estados alterados de la conciencia. Formalmente, fue el suizo Albert Hofmann quien en 1943 en los respetables laboratorios Sandoz experimentó con la fórmula. Su trayecto en bicicleta tras ingerir una pequeña dosis entra en el terreno de la mítica. Para quienes quieran saber más, el sello Arpa acaba de publicar ‘LSD. Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo’, en el que Hofmann ya en los 70 abordó una biografía de su problemática su criatura, renegando de vez en cuando de su uso recreativo que le privó, sospechaba, de recibir un merecido Nobel de Química. Tanto o más interesantes que el texto son las notas, prólogo y epílogo del libro, firmadas por el experto José Carlos Bouso, que no siempre está de acuerdo con Hofmann.

Lo quisiera o no su creador, el ácido se reveló rápidamente como un instrumento para ampliar la conciencia y, a partir de ahí, panacea para artistas y escritores. El alemán Ernst Junger, buen amigo de Hofmann y polémico por haber haber facilitado combustible intelectual al nazismo, fue pionero del uso de la sustancia y el resultado cristalizó en ‘Visita a Godenholm’, novela en la que se describía un ‘viaje’, por primera vez en la historia de la literatura. Fue en 1952, dos años antes de que Aldous Huxley publicara ‘Las puertas de la percepción’, fruto de sus experiencias con la mescalina, que Hofmann mediante, le llevarían a probar también el ácido. En ‘Moksha’, un ensayo póstumo recogió sus experiencias. Entusiasta, llegó a pedirle a su esposa Laura que le inyectase una dosis mientras agonizaba.

Tras el verano del amor

Esas aproximaciones de vocación espiritual se hicieron mucho más lúdicas, publicitadas y también un tanto banales en la era del rock y el hippismo, gracias, especialmente, a su sumo sacerdote Timothy Leary (a quien por cierto, Hofmann no podía soportar). Más irreverente fue la visión de Ken Kesey (sí, el autor de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’) que concoció la sustancia participando como cobaya humana en los experimentos con LSD del ejército norteamericano en los 50 y que junto con el grupo Grateful Dead organizó sesiones amenizadas con ‘tripis’ a bordo de un autobús pintado de todos los colores. Otro notario de la contracultura, Hunter S. Thompson, padre del periodismo 'gonzo' (lo que en términos jazzísticos significa tocar sin reglas) no fue exactamente un gran fan del ácido (sí de la coca y las pastillas) pero dejó grandes páginas de su viaje con los Ángeles del Infierno, alegres consumidores. Por último, William Burroughs, gran profeta de las sustancias psicotrópicas, ya a finales de los 60 cuando el LSD fue prohibido, fue uno de primeros en sospechar el peligro potencial de su uso como control de la mente.

Dos curiosidades 

La cultura pop elevó el 18 de abril a día mundial de la bicicleta, en conmemoración del primer ‘viaje’, en su doble sentido, del químico Albert Hofmann, fecha que con el paso de los años se desprendió de su origen y habría conseguido llegar hasta el 2018 teñida de inocencia si no fuera porque la asamblea de las Naciones Unidas ha decidido cambiarla al 4 de junio, por aquello de que la bicicleta es fuente de salud.  

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