El general Aranguren, un olvidado defensor de Barcelona

Lorenzo Silva reivindica la figura del general de la Guardia Civil José Aranguren, decisivo en la derrota del golpe del 19 de julio en Catalunya

El general José Aranguren.

El general José Aranguren. / periodico

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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Olvidado entre los olvidados. El mito de la revolución venciendo a los militares en las calles de Barcelona bajo las banderas anarquistas eclipsó a los responsables de derrotar el golpe el 19 de julio en Barcelona, las fuerzas de seguridad fieles a la República bajo el mando de la Generalitat. Pero de ellos, Frederic Escofet, comisario de orden público que planifica el contragolpe, y el coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar, que redujo a los sublevados en la universidad y la plaza de Catalunya, aún han recibido algún reconocimiento. No es el caso de José Aranguren, el general al mando de la Benemérita en Catalunya en julio de 1936, a quien el escritor Lorenzo Silva le ha dedicado su último libro, ‘Recordaré tu nombre’ (Destino). A Aranguen lo fusilan en el Camp de la Bota el 21 de abril de 1939, sentado sobre una silla  porque, lisiado tras un accidente, no se tenía en pie. “A Aranguren, que lo fusilen aunque sea atado a la camilla”, dicen que dijo Franco cuando se le pidió el indulto. 

“La historia de Aranguren tiene una significación especial, y me sorprendía que no se hubiese contado. Es un africanista, un tipo que ha estado en Marruecos, que se ha comido la guerra más salvaje, que se queda allí cuando Franco se vuelve a la Corte a vivir bien, que está bajo el mando de Sanjurjo, que ha perdido a un hijo allí y a otros dos en el bando nacional, que en África ha conocido a Goded, al hombre con el que se enfrentará a Barcelona”, enumera Silva, que en su libro recorre toda la vida del personaje.

REIVINDICACIÓN

“Me duele además que sea una persona a la que no ha reivindicado la Guardia Civil, porque es un guardia civil ejemplar, que encarna los valores del cuerpo como muy pocos, y durante 42 años; es un servidor de la República desde el primer minuto, desde el 14 de abril, cuando Mola le dice que se ha de sabotear la proclamación de República y él la protege, y tampoco la izquierda lo reivindica; es un defensor de Barcelona, que resulta clave, y Barcelona y Catalunya lo tienen perfectamente olvidado… ¡cuánto olvido encima de una persona!”, lamenta el escritor, que no tiene ninguna duda de hasta qué punto la intervención de las fuerzas a su mando al mediodía, cuando los combates estaban en punto muerto, fue definitiva.  

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Así resume Lorenzo Silva esa jornada: “Ha habido relatos épicos sobre la resistencia anarquista pero vayamos a los datos objetivos: el primero es que Durruti y los suyos el 19 de julio por la mañana tenían 200 fusiles, los que le cortaron el paso al Ejército fueron los guardias de asalto y seguridad. Y los que decidieron la batalla, los guardias civiles.  No pagaron tantos tiros… pero porque cuando vinieron llegar a 600 guardias en buen orden, se rindieron. El 19 de julio fue una operación mal diseñada por los golpistas y una operación de oposición diseñada por Escofet con un buen despliegue y una buena estrategia, con vanguardia, retaguardia y una reserva muy potente que es la Guardia Civil y que acaba decidiendo la batalla. El poder de los de Durruti se magnifica por lo que pasa por la noche; con los cuarteles vacíos se hacen con 30.000 fusiles, después de ponerle huevos, pero cuando la batalla ya ha pasado". Por cierto, y Silva lo recuerda en el libro: la actual redacción de EL PERIÓDICO ocupa el mismo solar que uno de los dos cuarteles donde la Guardia Civil se concentró ese día y desde donde salió a la calle para sofocar la revuelta. 

Lo sucedido ese día es un fuerte argumento, sostiene Silva, frente a quienes sostienen que la guerra civil fue inevitable por el inmenso fracaso institucional de la República. “Ese día el poder de la República funcionó. La Generalitat tenía la responsabilidad sobre la Guardia de Asalto y de Seguridad, la Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra, y funcionó eficazmente. Otra cosa es que después enemigos de la República como Durruti y Ascaso se apoderasen de las armas. Pero eso solo sucedió porque el Ejército hizo lo que no debía hacer”.

LA LLAMADA DECISIVA

Si el fusilamiento de Aranguren es un momento dramático, la llamada que recibe del general rebelde, Goded, en la Conselleria de Governació, es el otro. El sublevado se encuentra un auténtico desastre cuando llega de Mallorca para ponerse al mando e intenta una última jugada para decidir la jornada a su favor. Le pide a Aranguren que la Guardia Civil salga a la calle en auxilio del Ejército. Ante su negativa, amenaza con fusilarle. “Si mañana me fusilan, fusilarán a un general que ha hecho honor a su palabra y a sus juramentos militares. Pero si mañana le fusilan a usted, fusilarán a un general que ha faltado a su palabra y a su honor”, dicen los testigos que respondió Aranguren, un hombre conservador, religioso, pero convencido de que su deber era defender la legalidad.

Otra carga que puede pesar sobre el olvido de Aranguren es que su ejecutoria durante los tres años de guerra no es especialmente brillante. Y en los últimos días de la república, cuando detiene a agentes comunistas y los custodia para que no escapen a la llegada de los nacionales, discutible. “Escofet no aguanta ni tres semanas, un hombre de orden cuando ve que no funciona nada se va. Y a Aramburu lo condenan a un papel absurdo, es el jefe del Ejército en Catalunya cuando quienes mandan son el Comité de Milicias y la Conselleria de Defensa, es el general de una división fantasma, sin nadie que le obedezca. Y luego lo envían a un mando de retaguardia, en Valencia, donde ni le llaman desde Madrid. Creo que entra en un estado de decepción ante el caos y los desmanes con los que no podía estar de acuerdo". Se puede llegar a esta conclusión no solo por las alegaciones autoexculpatorias que esgrime en el consejo de guerra. “La prueba es que se suma al golpe de Casado, detiene a la célula del SIM de Valencia, piensa que se tiene que parar”, concluye Silva.

UNA NOVELA

‘Recordaré tu nombre’ es, dice Silva, un relato de ficción en que todo lo que cuenta ha sucedido. Un híbrido en el que aparecen la reconstrucción del pasado, la memoria familiar del autor y el mismo proceso de investigación y documentación, en contacto con legajos, expedientes y hojas de servicio y con los recuerdos de la familia Aranguren. ¿Por qué? “Quiero ser honesto. No soy historiador. A mí me interesa lo que le interesa al historiador, ser lo más fidedigno posible y no fabular, pero me interesa más que a ellos la narración, y que la narración tenga la intensidad, la continuidad y la fluidez de la narración literaria”, dice Silva. Hay otra razón, añade. “No me acerco a esta historia asépticamente, me acerco a esta historia porque me toca personalmente. Porque soy español y porque de mis dos abuelos, uno estuvo con Aranguren en determinado momento y el otro con Goded en África”. Silva ha llegado a identificar a su abuelo Manuel, un policía vocacional represaliado en la posguerra, con Aranguren. “Era un hombre de orden que creía en la ley y no hizo otra cosa en su vida. A él no lo fusilaron pero le arruinaron la vida, lo fusilaron simbólicamente”.