EN LA ALEMANIA DEL TERCER REICH

Las bambalinas de los JJOO del Berlín nazi

Oliver Hilmes retrata el gran teatro propagandístico que Hitler y Goebbels orquestaron en los Juegos de agosto de 1936, en los que triunfó el atleta negro Jesse Owens

saludo a  Hitler, en el Estadio Olímpico de Berlín, durante los JJOO de 1936.

saludo a Hitler, en el Estadio Olímpico de Berlín, durante los JJOO de 1936. / periodico

ANNA ABELLA / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Mientras en el cielo da vueltas el gigantesco dirigible 'Hindenburg', el sábado 1 de agosto de 1936, 100.000 personas alzan el brazo con el saludo nazi ante Hitler, que acaba de dar por inaugurados los Juegos de la XI Olimpiada en el Estadio Olímpico de Berlín, con la mirada de la comunidad internacional puesta en él. Al mismo tiempo, a 25 kilómetros de allí, un inmundo descampado cercado y sin agua reúne a multitud de gitanos que han sido detenidos y echados de sus casas y, a 8 kilómetros de las afueras de la capital alemana, se acaba de construir el campo de concentración de Sachsenhausen, donde las SS ya encierran a judíos, disidentes y homosexuales.

{"zeta-legacy-image-100":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/5\/3\/1488545902535.jpg","author":"ARICHIVO","footer":"El dirigible alem\u00e1n 'Hindenburg', sobre el Estadio Ol\u00edmpico de Berl\u00edn durante la inauguraci\u00f3n de los JJOO."}}

La gran operación de propaganda controlada al milímetro por el ministro Goebbels, que en su discurso de bienvenida habla de “fiesta de la alegría y la paz”, se encargará de que casi ninguno de los invitados (380.000; 115.000 extranjeros; 15.000 estadounidenses) se percate de ello ni del antisemitismo reinante. Para ello, ocultando lo que sucede entre bastidores, orquesta un “gran teatro” del que han desaparecido los carteles en las calles de “prohibido a los judíos”, donde la música de swing reemplaza a los himnos nazis y en el que las diarias instrucciones a la prensa avisan de que “la tesis en torno a la raza no debe en modo alguno reflejarse en las reseñas de los resultados deportivos” y de que no deben “herir la sensibilidad de los negros”. Sobre todo de uno de ellos, el atleta estadounidense Jesse Owens, con sus cuatro medallas, el gran triunfador y el único que le aguó la fiesta al Führer.  

{"zeta-legacy-image-100":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/7\/8\/1488546143487.jpg","author":"ARCHIVO","footer":"Hitler, en el centro del palco del Estadio Ol\u00edmpico de Berl\u00edn, durante los JJOO, secundando el saludo nazi."}}

“El gran rédito de los JJOO”, opina el historiador y biógrafo alemán Oliver Hilmes, autor del caleidoscópico fresco 'Berlín, 1936. Dieciséis días de agosto' (Tusquets), es la imagen que se han llevado los visitantes sobre “lo que puede ofrecer el nacionalsocialismo (...) Hitler y su Gobierno logran presentarse como un miembro fiable y pacífico de la familia de naciones” y “confían en sus promesas de paz” a pesar de “las evidentes violaciones de los marcos políticos”.  

LA NOCHE BERLINESA

Hilmes construye un retrato entre bambalinas de la capital durante las dos semanas que duran los Juegos a través de informes policiales y del Reich, diarios como los de Goebbels, de la cineasta nazi Leni Riefensthal, del escritor americano Thomas Wolfe y otros famosos. Pero también con testimonios de gente corriente, atletas, obreros, travestis o dueños de los clubs más elitistas de la noche berlinesa, como el Quartier Latin, el Sherbini o el Ciro-Bar, en el objetivo de la Gestapo por sus lazos judíos y donde sonaba el indiscutible éxito del verano, 'Goody Goody', del suizo Teddy Stauffer y su banda de swing y jazz, la música más perseguida por los nazis.   

No todos los extranjeros se dejaron deslumbrar. Wolfe, que llegó siendo un incondicional de la cultura y sociedad alemanas, volvió a EEUU para escribir poco después sobre la realidad que le descubrieron amigos berlineses. Y, en la ceremonia inaugural el embajador de Polonia en la ciudad, un visionario Józef Lipski, le susurró al presidente del Comité Olímpico Internacional, Henri de Baillet-Latour: “Debemos tener cuidado con un pueblo que organiza las cosas así. En este país una movilización militar también funcionaría a las mil maravillas”.  

Porque Hitler fue el anfitrión de unos Juegos con 4.000 participantes de 49 naciones, donde 40.000 guardias de las SA custodiaron los 11 kilómetros que recorrió de pie en su Mercedes descapotable desde la Cancillería al estadio, en un recorrido plagado de esvásticas gigantes y banderas olímpicas. Cada día, señala Hilmes, "tenía lugar en Berlín alguna elegante recepción solemne, una fiesta de gala o un acontecimiento social con responsables del Reich”, donde “los extranjeros son consentidos, agasajados, mimados y engañados” por la máquina propagandística, escribe en su diario la periodista Bella Fromm.    

EL BESO A HITLER

Hilmes enseña anécdotas, como el beso en la mejilla con el que una turista estadounidense sorprendió a Hitler rompiendo toda barrera de seguridad y del que dan cuenta los fotogramas de una minipelícula de 14 segundos, o el suicidio con gas de una madre que mata a su hija de nueve años porque le han quitado la custodia. O el caso de la esgrimista alemana Helene Mayer, una premiada estrella de rubias trenzas hasta que se hace público que es medio judía; para evitar la acusación de antisemitismo y el boicot internacional, el Reich acaba cediendo y la deja formar parte del equipo olímpico alemán: al ganar la medalla de plata hizo el saludo nazi.  

"YO NO DARÉ LA MANO A ESE NEGRO"

Pero quien va pespunteando su protagonismo por todo el libro, a medida que suma medallas, es Jesse Owens. El atleta negro debió hacer caso a su entrenador, que le susurró antes de correr los 100 metros en 10,3 segundos: “Imagínate que estás corriendo por un suelo que arde en llamas”. Según el dirigente de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirac, Hitler, que no quiso fotografiarse con Owens, le dijo, malhumorado: “los estadounidenses deberían sentir vergüenza de permitir a los negros ganar sus medallas. Yo no le daré la mano a ese negro”.

{"zeta-legacy-image-100":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/8\/9\/1488458323298.jpg","author":"ARCHIVO","footer":"El atleta estadounidense Jesse Owens, en los JJOO de Berl\u00edn, 1936."}}

Un toque de atención del líder nazi Rudolf Hess, que le advirtió que jamás volviera “a abrazar a un negro”, recibió el atleta alemán Carl Ludwig Long, después de que este compitiera con Owens en salto de longitud y, en un ejemplo de deportividad y camaradería, felicitara y abrazara efusivamente al estadounidense cuando este logró el récord mundial. “Nosotros, los alemanes, conseguimos una medalla, los estadounidenses, tres, y dos son de negros. Es una vergüenza”, escribía Goebbels en su diario.

Según Albert Speer, arquitecto y ministro de Hitler, este halló otra explicación para los triunfos de Owens: “Las personas cuyos antepasados venían de la selva son primitivos y tienen una constitución más atlética que los blancos civilizados (...) no podemos competir con ellos, y por lo tanto deberían ser excluidos de los próximos juegos y competiciones deportivas”.  

Sin embargo, Owens no recibió mejor trato en su país. En los festejos en Nueva York para celebrar su éxito tuvo que llegar al banquete en un montacargas del hotel Waldorf Astoria porque a los negros no se les permitía compartir el ascensor con los blancos. Tuvo que dejar su carrera con 23 años porque no ganaba lo suficiente con las carreras para alimentar a su familia y dolido, afirmó: “Hitler no me ofendió, fue nuestro presidente el que me insultó. No se dignó enviarme ni un solo telegrama de felicitación”. 

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"Cifras de r\u00e9cord","text":"-Leni Riefensthal, con unos honorarios de 400.000 marcos, filmar\u00e1 400.000 metros de pel\u00edcula durante los JJOO para un documental propagand\u00edstico que costar\u00e1 2,8 millones de marcos. Sus c\u00e1maras estorbaban a todo el mundo -deportistas, \u00e1rbitros, p\u00fablico...-, pero ella, siempre al servicio de su F\u00fchrer, siempre ten\u00eda a dos fot\u00f3grafos para que la inmortalizaran mientras trabajaba.\u00a0"}}