Leonardo Padura, a principios de esta semana, en una terraza de Madrid.
Leonardo Padura persigue un 'rembrandt' en La Habana
El autor cubano recupera en 'Herejes' al cínico investigador Mario Conde
Densa como la humedad que rezuma su aire, Cuba es tan intensa que todo lo contagia de cubanismo. Le ocurre al que la visita y le sucede a toda la producción cultural y artística que genera la isla, incluida su literatura. «De puro cubana, acaba siendo localista y estrecha de miras», se lamenta el escritor Leonardo Padura (La Habana, 1955).
Por eso, cuando tuvo claro el argumento de su última novela, el autor dedicó un tiempo a sopesar dónde ubicarlo. Quería reflexionar sobre el alto precio que pagan los individuos para ejercer la libertad, pero acotar ese reto a las dimensiones de Cuba habría supuesto limitar también su interés. Para conjurar ese peligro, Padura ha ensamblado en Herejes (Tusquets) varias tramas que permiten ser exploradas como quien se sumerge en una novela policiaca, pero también en un libro histórico y sociológico de la Cuba de hoy y de su juventud desencantada.
El punto de partida es tan real como la triste historia del S.S. Saint Louis ,un barco que partió en 1939 desde Alemania rumbo al Caribe con un millar de exiliados judíos. La negativa de las autoridades cubanas a darles cobijo los condenó a regresar a las garras nazis, y a una más que probable muerte.
Entre la tripulación, el autor sitúa también un cuadro de Rem-brandt que debía servir a sus propietarios como salvoconducto. La pintura permite a Padura abrir un pasadizo por el que viajar hasta la Amsterdam del siglo XVII. En esta próspera y avanzada ciudad, llena de gente rica que respiraba tolerancia, también se perseguía al extraño, al hereje. «Como le ocurrió a Baruch de Spinoza. Creó el pensamiento moderno, pero fue excomulgado por su propia comunidad por querer ejercer su libertad. Hasta en las sociedades más abiertas es costoso ser libre», destaca el novelista.
Setenta años después del lance del Saint Louis , el descendiente de uno de aquellos judíos que se quedaron esperando en el puerto de La Habana quiere saber qué ha sido del cuadro. Un misterio sin resolver toma el mando de la novela.
ÁLTER EGO
Y aquí aparece Mario Conde, el exagente que ha acompañado a Padura en sus ocho novelas policiacas, y que ha acabado convirtiéndose en los ojos y la voz del autor para describir la evolución de Cuba en los últimos 20 años. «Tiene mis experiencias generacionales, mi sensibilidad y también mis dudas e insatisfacciones con el tiempo que a él y a mí nos ha tocado vivir», dice.
Hablar con un autor cubano obliga a transitar por dos conversaciones paralelas, la de la literatura y la de la política. «Los gobernantes de mi país no entienden la era en la que vivimos, están tan perplejos como yo cuando agarro el manual de instrucciones de una cámara de fotos moderna», compara. La tribu urbana juvenil de los emo, que puebla las calles de La Habana y se cuela en la novela, es una prueba más de esa desconexión cultural. «¿Cómo se puede desear ser triste en un lugar como el Caribe? Ni yo mismo lo entiendo», se plantea.
La voz de Padura transpira la melancolía de quien siente estafado. «Pertenezco a una generación de mandados. Siempre nos mandaron lo que debíamos pensar y lo que no», se lamenta. El resultado es «una sociedad cansada», cuya interpretación es otra de las lecturas que tienen sus libros. «Los cubanos llevamos toda la vida trabajando para el futuro, pero en mi país el futuro se ha quedado anticuado», suspira.
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