COMEDIA / TERROR

Las brujas de Zugarramurdi Potencia sin control

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Álex de la Iglesia

Las brujas de Zugarramurdi se abre con una de las mejores secuencias que se le recuerdan a una película de Álex de la Iglesia -un brutal atraco a un establecimiento de compraventa de oro-, y en general durante su primera mitad se dedica a resultar cómica con relativo éxito, en buena medida gracias a la capacidad del director para hacer que el humor haga avanzar el relato y no lo interrumpa. Desde esos primeros compases la película se estructura a la manera de Abierto hasta el amanecer (1995) aunque, a diferencia de aquel modelo, aquí el objetivo principal -tan principal que llega a ensombrecer la narración misma- es hacer sátira a costa de la eterna y estéril batalla entre hombres y mujeres. Puede que nominalmente ellas sean los villanos, pero ellos son retratados como perezosos, cazurros e inmorales.

Ahí radica uno de los problemas de la película. Por supuesto, el cine de terror está poblado por seres dados a tomar decisiones equivocadas, pero resulta difícil implicarse en una película que se apoya de principio a fin en la estupidez de sus protagonistas hasta el punto de utilizarla como única explicación por el modo en que De la Iglesia les adjudica motivaciones y prioridades y luego se las arrebata de forma caprichosa. En todo caso, es en el tercer acto que la película se pierde por completo. Incluso para los estándares de alguien dado a la desmesura como De la Iglesia, ese larguísimo clímax es un descontrol de ideas a medio cocinar, efectos especiales terribles y, en general, aparatosa autoindulgencia. NANDO SALVÀ