Opinión | MIRADOR
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Jueces para la democracia
Estos días se ha publicado un libro tan apasionante como turbador: 'Laëtitia o el fin de los hombres', de Ivan Jablonka (Anagrama). Se describe en él, con una precisión espeluznante, un crimen real que en el 2011 conmocionó a la sociedad francesa. Una noche de enero, Laëtitia Perrais, de 18 años y que vivía en Pornic -un pueblo costero del noroeste de Francia-, fue secuestrada, asesinada y descuartizada por un hombre que antes ya había cometido otros delitos. El caso estuvo de actualidad durante semanas, sobre todo porque no se encontraba el cuerpo de la chica y el asesino se negaba a confesar, pero también porque se convirtió en carnaza para los medios sensacionalistas.
Me cuesta creer que haya tanta uniformidad entre los jueces franceses, y ojalá que un día sean capaces de sublevarse como hicieron sus colegas franceses ante Sarkozy
La narración de Jablonka es exactamente la anatomía de un asesinato, en clave contemporánea. Laëtitia tenía una hermana gemela, Jessica, y ambas vivían con una familia de acogida tras una infancia precaria. Partiendo de sus conversaciones con Jessica, el autor va ampliando el círculo y habla con familiares y amigos, asistentes sociales y abogados. Poco a poco se sumerge en el pasado de las dos hermanas para entender su personalidad; escruta el rastro que Laëtitia dejó en Facebook y recompone así, con todas las piezas, una vida que llevaba impreso el destino fatal.
El libro también toca un aspecto clave del caso: la injerencia de Nicolas Sarkozy, que entonces era presidente de Francia, para sacarle un rédito político. En plena investigación, cuando se supo que el asesino era un reincidente, Sarkozy acusó a los jueces franceses de ser responsables, por no garantizar el seguimiento de los convictos, y propuso un endurecimiento de las leyes. Lo más relevante, sin embargo, es que los jueces se rebelaron e iniciaron una huelga -algo del todo inaudito- que se prolongó hasta que Sarkozy dio marcha atrás en sus pretensiones. La fuerza de los jueces franceses, su independencia, me hace pensar en la situación en España: en la actitud a menudo servil de un colectivo ante un gobierno del PP que hace y deshace a su voluntad desde la cúpula judicial. Me cuesta creer que haya tanta uniformidad, y ojalá que un día sean capaces de sublevarse como sus colegas franceses.
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