MEMORIAS DE UN MECENAS, COLECCIONISTA Y HOTELERO BARCELONÉS

Del Raval de los 50 al Egipto milenario

Jordi Clos reúne su vida y sus aventuras en un libro

Jordi Clos, ante la tumba egipcia inviolada que descubrió en Sharuna.

Jordi Clos, ante la tumba egipcia inviolada que descubrió en Sharuna.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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En el álbum de sus numerosos viajes por el África negra, Jordi Clos (Barcelona, 1950) -empresario, hotelero, coleccionista, mecenas y apasionado del Antiguo Egipto desde niño- guarda el sabor de un manjar de sangre y leche de vaca aún calientes; termitas voladoras y moscas tse-tse; los enormes discos que adornan las orejas y labios inferiores de los mursi y la cara de «tremendo asco» de una niña de esa tribu al oler su desodorante; la adrenalina liberada cuando un brujo bámbara ahuyentó de él los malos espíritus degollando cuatro aves y untándole la cara con su sangre, o las bellas mujeres de los matriarcales hamer y su sangriento ritual de busca de marido, en el que se fustigan para demostrar su fortaleza. La faceta aventurera, cuyas anécdotas se extienden también del Tíbet a Sudamérica, pero también la empresarial y emprendedora, se entremezclan en Con la vida en los talones Con la vida en los talones(La Esfera de los Libros), libro de amables memorias escritas por el propio Clos, en cuya infancia humilde en el Raval, donde pedía chicles a los marinos de la Sexta Flota, ya despuntaba su «alma fenicia», vendiendo a los otros niños Coca-Cola casera hecha con regaliz y gaseosa.

Impulsor de la Fundación Arqueológica que lleva su nombre (con la que patrocinó la primera expedición egiptológica a Oxirrinco) y creador del Museu Egipci de Barcelona, Clos recuerda ahora, desde la terraza del Claris, joya de la corona de su cadena de hoteles, su primer viaje a Egipto, en 1969, donde conoció a su mujer en un romántico encuentro: tuvo que abofetearla para que reaccionara tras un histérico ataque de claustrofobia en el interior de la pirámide de Keops. Fue en ese viaje cuando adquirió la primera pieza de su colección. «Era un ushebti [estatuillas que se colocaban en las tumbas egipcias], una sencilla figurilla de terracota. Dormí toda la noche agarrado a ella, pensando que tenía 3.000 años de historia y jeroglíficos que entonces aún no sabía interpretar».

CÁMARA SELLADA / Cuando no pudo dormir fue cuando, «cúspide» de su pasión egiptológica, descubrió una tumba inviolada en la necrópolis de Sharuna, en el 2007. «Fue un privilegio espectacular. Hallé un escalón, luego la escalinata y al final la cámara, sellada. Estuve toda la noche mirando las estrellas, pensando que al día siguiente sería la primera persona en 4.000 años en abrir aquella puerta. Había fango, restos de la momia, el sarcófago, cerámica, zapatillas, amuletos...», se emociona este alma aventurera que no puede por menos que lamentar la convulsa situación en Egipto, que ha obligado a suspender las excavaciones, cursos y viajes que organiza su fundación y el Museu Egipci en el país del Nilo.

Nacido en el Raval, del que salió rumbo al «burgués Sarrià» de la mano del aristócrata Ramón de Dalmases y de Olabarría, marqués de Mura, que se casó con su hermana Olga y asumió su educación, Clos superó a los 2 años una poliomelitis, milagrosamente y gracias al tesón de su madre, que para evitar la parálisis muscular le daba una lubrificante sopa de casquería. Hijo de un republicano condenado a 30 años de cárcel, indultado en 1949 y fallecido cuando Clos tenía 4 años, ya con 15 creó su primera empresa, de comerciales, junto a otros jóvenes de los Escolapios de Balmes. Su visión de modernidad le llevó de Muebles Maldá a su propia firma de interiorismo, Roberts, y de ahí a crear la cadena de hoteles Derby, en los que ha llevado a la práctica sus ideas innovadoras en el sector, entre otras, exponer en ellos parte de sus colecciones de arte, recuperar el uso lúdico de las terrazas y cuidar la calidad gastronómica. De ahí que no se corte al cargar contra los apartamentos turísticos clandestinos -«una lacra»-, que, opina, no deben estar en escaleras de vecinos y desprestigian la imagen de Barcelona.

Aunque a Clos le quedó la frustración de no encontrar la ciudad inca perdida de Vilcabamba, descubierta poco después por otra expedición, sí recuerda entusiasmado cómo, subido a un árbol, era el único blanco que contemplaba una batalla donga: 2.000 guerreros mursi luchando a sangre para ajustar cuentas por riñas a causa del ganado, tierras o mujeres. Corazón intrépido.