La primera novela

La autora Jenn Díaz rememora su debut narrativo

La escritora Jenn Díaz.

La escritora Jenn Díaz. / periodico

JENN DÍAZ

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Publicar tu primera novela con veintidós años tiene ventajas desventajas. Y algunas ventajas que se parecen más, si las analizas, a las desventajas. Por ejemplo, si escribes una primera novela y no te la publican, con los años cuando la revisas sientes cierta ternura. Si tu primera novela se ha publicado, te sientes desamparada: el libro circula sin que puedas controlarlo, y tú ya no eres aquella persona. Es como si constantemente le estuvieran mostrando a los demás los vídeos de cuando no sabías caminar y tropezabas, y ahora ya supieras trotar. Una de las desventajas camufladas de ventajas es que al ser joven, la prensa siente mucha curiosidad por ti: o bien para destruirte, o bien para alzarte a un trono al que sólo tienen acceso unos pocos. Con veintidós años, tienes todo el tiempo del mundo para mejorar, y si lo que has escrito les gusta, te augurarán un gran futuro. Es posible que pases muchos más años en la misma situación, porque aún te quedará tiempo hasta que se te pueda quitar la etiqueta de joven promesa. La gran desventaja es que como la primera novela normalmente pasa más desapercibida que la quinta o la décima, cuando la gente te descubre en las últimas y le gusta, vuelve a esa primera novela maldita (para ti) para poder leerte más.

Hay un libro en tu trayectoria con el que trazas una línea: de ahí en adelante, las novelas pueden envejecer mejor o peor, puedes reconocerte más o menos, pero no te avergüenzan. De la línea hacia atrás, desearías que nunca se hubieran publicado. De mi primera novela se dijo mucho que era fresca y que se le veían las costuras. Yo acababa de aterrizar en el sector editorial y la crítica literaria me sorprendía. Descubrían cosas de mis personajes que yo no había pretendido, analizaban lo que a mí me pasaba desapercibido. Era maravilloso. A la gente le gustaba, era joven, promesa, fresca, diferente. Pero se le veían las costuras. Eso me inquietaba. ¿Cuáles eran las costuras de mi novela? ¿Y cómo podría yo ocultarlas, si era la que peor conocía mi obra, en vista de todo lo que extraían lo demás de aquellas pocas páginas? Son muchos los escritores que reniegan de sus primeras novelas, y yo ahora tengo una oportunidad única: reeditar mi primera novela, no avergonzarme de ella, esconderle las costuras, pero que la frescura, eso sí, permanezca intacta.