La deuda que tenemos

JENN DÍAZ

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Una joven escritora se acerca a una librería y pregunta si tienen 'El balneario'. El librero pregunta de quién es la obra, y la joven escritora responde: de Carmen Martín Gaite. El librero no tiene ni idea de quién es, y le pregunta a la joven si la conoce: "no, no, no la conoce", responde. Pero es la misma Carmen Martín Gaite quien está preguntando por su propio libro. En cuanto Ana María, su hermana, lo cuenta, recuerdo cuando fui a La Central del Raval, que por entonces yo vivía al lado del Teatre Romea, a preguntar si ya había llegado aquel título que le tomé prestado a la Gaite: 'Belfondo'. Mi primer libro salió un día festivo en Barcelona y todo el mundo podía comprar el libro menos mis conocidos. Al día siguiente, cuando me acerqué a la librería, me dijeron que aún no lo tenían y que quizá aún no había salido. Insistí, claro. El librero lo buscó en su ordenador y no daba con ninguna información. "¿Cómo estás tan segura de que el libro ha salido ya?" Al final tuve que delatarme: "porque era mío".

Ana María lo contó en la rueda de prensa del I Premio de Narrativa Carmen Martín Gaite, del que tendré el honor de formar parte del jurado. Mientras la escuchaba defender la generación de escritores y escritoras que acompañaron a su hermana, todos asentíamos. Primero porque se habló de la deuda que tenemos las escritoras de este país con Carmen Martín Gaite -y Matute, y Laforet, y Chacel-, y segundo porque Ana María es una mujer llena de vitalidad y sentido del humor que siempre tiene la razón, porque no habla en vano.

Al acabar la oficialidad, y frente a la cerveza que con mucha gracia pide Ana María, le pregunté si era cierto que su hermana Carmen había ido a buscar su propio libro, y dijo que naturalmente. Y también contó que en una feria un escritor joven le preguntó qué había que hacer para que le hicieran un retrato como el que tenía ella a sus espaldas, anunciando su firma. Carmiña contestó que lo que debía hacer era escribir, y trabajar, y esperar, y ser paciente, y seguir trabajando, y acudir a la librería a preguntar por su propio libro, y esperar a que la conozcan, esperar que llegue su momento. Y todo para que al final, dos décadas más tarde, te arrinconen. Por suerte, a Ana María le queda energía e inteligencia para defender una generación gloriosa, a la que no podemos ni debemos marginar.