Javier Krahe, el juglar irónico

El cantautor, creador de un estilo sarcástico y mordaz, muere a los 71 años

Con Joaquín Sabina Alberto Pérez en Málaga (1981).

Con Joaquín Sabina Alberto Pérez en Málaga (1981).

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Huía de la figura del «cantautor plasta», un día parodiada por su amigo Pablo Carbonell, y marcó distancias con la canción protesta de dientes apretados practicando un frugal costumbrismo satírico, aunque en los 80 su Cuervo ingenuo le enfrentó al gobierno socialista. Le inspiró la canción extemporánea de Brassens y aprendió a tocar la guitarra a los 30 años, cuando algunos trovadores de su generación ya eran superestrellas. Todo fue siempre un poco extraño, siguiendo un paso distinto, en la trayectoria de Javier Krahe, cantante, compositor y hombre-espectáculo de distancia corta, que nos dejó la madrugada de este domingo, a los 71 años, víctima de un infarto.

La poca importancia que se daba Krahe a sí mismo era proporcional a la falta de pretensiones de su cancionero, en la que ni había estribillos con vocación de conquistar mercados ni himnos con los que pretendiera representar a generación alguna. Krahe cantaba a sus cosas, que eran las de muchos: la reflexión vital tirando a fatalista, el universo femenino como fuente de frustración con modos tragicómicos (él, que llevaba desde los años 70 con la misma mujer, la canadiense Annick), el divertimento erótico-festivo y, a veces, la alegoría política con mala uva o la protesta anticlerical. Con materiales literarios que recalaban en el Siglo de Oro castellano, que alternaban el realismo con la fábula y el relato onírico, y tratando de evitar el «sermón del cantautor», señalaba hace año y medio a este diario.

Empezar tarde en la canción acentúa el aire accidental, casual, de su biografía. Crecido en el madrileño barrio de Salamanca, había estudiado un año de Económicas y no sabía muy bien qué hacer con su vida cuando, tras pasar tres años en Canadá, tomó la guitarra y Chicho Sánchez Ferlosio le convenció para estrenarse en una sala, La Aurora. Por ahí estaban El Gran Wyoming y El Reverendo, Clavel y Jazmín, el mago Tamariz y un principiante Almodóvar. Siguiente estación, La Mandrágora, donde estableció un trío con Joaquín Sabina y Alberto Pérez inmortalizado en un álbum lanzado en 1981 que, decía, no hacía honor al ambiente de desvarío de aquellas noches. En el público, Fernando García Tola, que se los llevó al programa de Carmen Maura, Esta noche.

Sus discos, como Valle de lágrimas (1980) y Aparejo de fortuna (1984), cultivaban su canción brassensiana con arreglos burlescos y toques de jazz manouche, si bien más tarde, Sacrificio de dama (1993) fue un intento de modernización a golpe de rock latino. Krahe trataba de recuperarse de una mala racha, después de que Cuervo ingenuo, crítica a Felipe González en los días del referéndum de la OTAN («hombre blanco hablar con lengua de serpiente»), le valió un veto de TVE y, según denunciaría, de los ayuntamientos socialistas. Pasó cuatro años tocando en bares con su contrabajista, Javier López de Guereña.

Recibiendo honores

Se fogueó como actor haciendo de médico fumador en No respires. El amor está en el aire, de Joan Potau, y su carrera alcanzó un punto de estabilidad cuando, a finales de los 90, creó, con amigos como Carbonell, El Gran Wyoming y Santiago Segura, el sello 18 Chulos. En el doble compacto ... Y todo es vanidad (2006) cantaban sus canciones Morente, Serrat, Alejandro Sanz... Incluía un documental Esta no es la vida privada de Javier Krahe, que recuperaba unas imágenes inéditas en las que cocinaba un «crucifijo al horno», motivo de escándalo y querella de la que acabó siendo absuelto.

En tiempos revueltos reactivó su lírica de protesta («me gustas, democracia, porque estás como austente», cantaba evocando a Neruda en ¡Ay, democracia!) y su último disco de estudio, Las diez de últimas (2013), suena ahora premonitorio. Seguía llenando salas como Luz de Gas, donde el 27 de febrero ofreció su último recital en Barcelona, dentro de Barnasants. Antinostálgico, no se abonaba en sus clásicos y primaba su cancionero reciente. Era un cantautor hibernal, que los veranos se retiraba a Zahara de los Atunes. Allí fue donde le atrapó la muerte, después de haber anunciado un año sabático, «selvático», decía, que, de repente, ha cobrado una forma inesperada.