CRÍTICA DE CINE

'Isla de perros': El fantástico señor Anderson

Quim Casas

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En su primera película de animación, 'Fantástico Sr. Fox' (2009), Wes Anderson llevó a su reconocible terreno un cuento de Roald Dahl. Poco importaba que se tratara de figuras animadas mediante 'stop motion' y no de actores de carne y hueso como Owen Wilson, Luke Wilson, Bill Murray, Edward Norton o Jason Schwartzman, algunos de sus compinches habituales: como en algunos equipos de fútbol, el estilo no se toca ni se discute.

Precisamente Schwartzman, junto a otro buen amigo de Anderson, el director Roman Coppola, participa como argumentista en 'Isla de perros', segunda incursión en la animación del creador de' Life aquatic'. Aquí no hay un material ajeno que adaptar. La historia, las características de los personajes, los enfrentamientos culturales y la estética son totalmente acordes con lo que uno puede esperar de una película firmada por Anderson: el estilo sigue sin tocarse, más personal aún que en 'Fantástico Sr. Fox'.

¿Ternura o ironía?

Pero aquella primera animación tenía una atmósfera distinta. Allí eran zorros perseguidos por humanos. Aquí son humanos que envían a todos los perros al exilio en una isla vertedero en Japón. La excusa es la búsqueda que un niño realiza de uno de estos perros, su querida y fiel mascota. Han pasado 12 años y el mundo no es lo que era, ni el de los hombres ni el de los canes. Anderson contempla a unos y otros con esa mirada en la que es difícil desentrañar cuándo termina la ternura y comienza la ironía, o cuándo esta se vuelve ingenuidad antes de desaparecer para convertirse en puro sarcasmo.

Es imposible describir los mundos domésticos e íntimos de Anderson. Ahí reside el secreto de la fascinación que continúa ejerciendo su obra. En 'Isla de perros', además, ese mundo se mezcla de forma hermosa con el de autores tan diversos como Akira Kurosawa, Guy Maddin y Jan Svankmajer.