Isabel Coixet: "Si no existe un camino, hay que abrirlo"

La directora estrena 'Nadie quiere la noche', que recrea la contradictoria figura de la esposa del explorador polar Robert Peary

NANDO SALVÀ

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Isabel Coixet se acerca en su última película, 'Nadie quiere la noche', a la figura de Josephine Peary (Juliette Binoche), que en 1908 decidió reunirse con su marido, el explorador Robert Peary, cuando este intentaba dejar la primera huella humana en el Polo Norte. En concreto, la directora catalana se sirve de la relación que la mujer establece con Allaka (Rinko Kikuchi), una nativa inuit, para meditar sobre el amor, la compasión y la arrogancia imperialista del hombre occidental.

Al menos a nivel técnico, 'Nadie quiere la noche es su película más compleja'. ¿Fue ese desafío lo que la animó a hacerla?

Sí, la posibilidad de hacer algo que nunca antes había hecho. La primera vez que leí el guión de Miguel Barros, pensé: "Esto es fascinante, quiero rodarlo"; cuando lo leí por segunda vez, pensé: "Esto es fascinante, pero, ¿cómo demonios voy a rodarlo?". Tuvimos que rodar en condiciones climáticas muy adversas, tuve que aprender cómo rodar una avalancha y enfrentarme a dificultades técnicas nuevas. Pero dirigir significa aprender constantemente. Si no aprendo, me aburro. Como cineasta, tengo la misma filosofía que Robert Peary tenía como explorador: si no existe un camino, hay que abrirlo.

Parte de la película fue rodada en la misma región noruega donde se filmó 'El imperio contraataca'...

Sí, pero ellos rodaron delante del hotel, no donde lo hicimos nosotros. Aquel lugar es algo parecido al culo del mundo. En el hotel éramos los únicos huéspedes y nos trataron fatal. La comida que nos servían era una auténtica porquería. A veces pienso: "Isabel, ¿por qué te metes en estos fregados?" Será que me gusta sufrir.

Según el tópico, el sufrimiento estimula la creatividad. ¿Está de acuerdo?

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No tengo esa visión romántica del sacrificio, la verdad. No me parece en absoluto necesario remolcar un barco a través de una montaña, como hizo Werner Herzog en 'Fitzcarraldo'. Por otro lado, sí creo que las penurias por las que mis actores pasaron en esta película enriquecieron sus personajes. Fue importante que el pobre Gabriel Byrne rodara con 40 grados de fiebre, y fue importante que Juliette Binoche se moviera por la nieve como en su día lo hizo Josephine Peary, con unas botas de señora pija y un abrigo de astracán que pesaba 14 kilos.

¿Por qué escogió a Binoche?

Porque es una bestia de la interpretación, y ese es el perfil que la película requería. A la mayoría de actrices americanas no les da la gana rodar en según qué condiciones. En cambio, Juliette, si siente entusiasmo por un proyecto, se implica en él hasta el fondo sin preocuparse por el frío o la falta de confort, o por si tiene que calentarse con una estufita de aceite o hacer sus necesidades en una bolsa de basura, como fue el caso.

Asimismo, muchas actrices no querrían interpretar un personaje como Josephine Peary, que durante buena parte de la película resulta abiertamente antipático.

En efecto, es una persona profundamente arrogante que odia a los inuits con toda su alma y que está convencida de saberlo todo, hasta que poco a poco comprende que todos sus conocimientos sobre servir el té y ponerse sombreritos allí no le sirven, y aprende a respetar al otro.  Josephine era una mujer complicada. Siempre apoyó a su marido, sacrificó su fortuna y una vida cómoda para apoyarlo en su sueño. Ahora bien, ¿la movía el amor o la vanidad? No sé. En ese afán de los exploradores por llegar adonde nadie ha llegado hay algo de obsesión por salir en la foto.

En todo caso, no es la típica película de exploradores. Buena parte de su metraje transcurre dentro de un iglú.

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Sí, quise que empezara como una epopeya y poco a poco se fuera convirtiendo en algo como 'Persona', de Ingmar Bergman. Vamos de los planos de la inmensidad del paisaje helado a la interacción entre dos mujeres enfrentadas en el interior de un iglú. Por un lado, Josephine, que se cree muy lista pero en el fondo es una burra, y por otro, Allaka, que es una indígena pero posee una inteligencia y una nobleza de las que la otra carece. 

Cada vez que aparece una película hecha por mujeres y sobre mujeres nos apresuramos a ponerle la etiqueta de cine feminista. ¿Le molesta?Al final, como todo su cine, 'Nadie quiere la noche' es un estudio sobre la intimidad.

La intimidad es el paisaje de casi todo lo que hago. A partid de la intimidad, uno aprende cosas sobre la naturaleza humana. Me apasiona explorar los detalles nimios de lo que sucede entre dos personas. No sé, siempre me sorprende cuando dos personas pasan 50 años juntas, como mis padres: compartiendo una cama, una cocina, un piso pequeño. Me ha fascinado desde pequeña, y las fascinaciones siempre resulta difícil explicarlas.

Me cansa. No sé si 'Nadie quiere la noche' es cine feminista, la verdad. Es cierto que la historia siempre la han contado los hombres y por tanto en las enciclopedias falta la voz de las mujeres, y que esta película da voz a las mujeres... Pero hablar de cine femenino es encerrar a las mujeres en un gueto. Hacer películas es algo muy difícil. Si el camino está lleno de piedras, lo suyo es que haya las mismas piedras para las mujeres que para los hombres. Y meternos en un gueto no ayuda.