Iron Maiden exhibe vitalidad en el Rock Fest Barcelona

El grupo apostó por el reciente 'The book of souls' sin olvidar los clásicos

Concierto de IRON MAIDEN

Concierto de IRON MAIDEN / periodico

JORDI BIANCIOTTO / SANTA COLOMA

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Mientras en la primera división del rock priman, ahora más que nunca, los repertorios de grandes éxitos que pisan sobre seguro, un grupo estrella de heavy metal, Iron Maiden, sigue creyendo en el valor de sus nuevas obras. En su último disco, The book of souls, confió en buena parte la banda británica para llevarse por delante el parque de Can Zam, este sábado en la segunda jornada del Rock Fest Barcelona.

Iron Maiden es uno de los cabezas de cartel más claros del circuito metálico, un habitual de nuestros escenarios desde hace más de 30 años que ha establecido vínculos fuertes con su público. Fans de todas las edades, lo cual es norma estos días en Can Zam, donde se ve a padres con hijos adolescentes o párvulos coreando los mismos estribillos, algo que muy raramente puede darse en otros festivales barceloneses.

LA INMORTALIDAD / Todos ellos secundaron un programa que, en su segunda jornada, integró el thrash metal con pedigrí de Overkill y los himnos populares de Barón Rojo, con los hermanos De Castro al frente (y sin rastro ya de Sherpa y Hermes Calabria tras su reunión de bajo perfil). Aperitivos que condujeron a la entrada en escena de Iron Maiden con If the eternity should fall, la canción proa de The book of souls, un disco doble con momentos más inspirados que otras obras recientes.

Puesta en escena con alusiones precolombinas, mayas en particular, con una pirámide parecida a la mexicana de Chichén Itzá en el telón de fondo. The book of souls habla de la inmortalidad y la pervivencia del alma, siempre esos mensajes tan cotidianos, que Bruce Dickinson escenificó irrumpiendo como un brujo, entre llamas y pócimas humeantes. Rito selvático del que salieron sus cinco colegas de banda correteando, sobre todo el voluntarioso bajista Steve Harris, como siempre cantando ostentosamente las canciones para sí mismo (y para sus fans).

Tras otra nueva, Speed of light, Dickinson celebró encontrarse ante una multitud, «20.000 personas» (o algunas más, a falta de cifras definitivas). «Muchos no habíais nacido cuando compusimos esta canción», apuntó antes de abordar Children of the damned, del álbum The number of the beast, de 1982. Con su introducción acústica a cargo de Adrian Smith, que se pasó luego a la eléctrica sumándose al ofensivo tridente que configura junto a Dave Murray y Janick Gers.

La voz de Dickinson, que el año pasado sufrió un cáncer de lengua, se mostró en condiciones. Y el nuevo material siguió asomando con Tears of a clown, inspirada en el fallecido Robin Williams, y la tortuosa The red and the black (trece minutos). En la ochentera The trooper, que causó furor, Dickinson ondeó una bandera británica, y en Powerslave lució una máscara de lucha libre mexicana.

Más material nuevo con Death or glory y The book of souls, y hasta ahí. El grupo no fue esta vez tan radical como en el 2006 en el Sant Jordi y reservó una buena tanda de clásicos para el tramo final. Hallowed be thy name, con Dickinson poniéndose una soga en el cuello, un Fear of the dark aullado por Can Zame Iron Maiden con la mascota Eddie saliendo de ultratumba, antes de recalar en The number of the beast y la nostálgica Wasted years. Años perdidos, o no tanto.