CRÍTICA
'Ícaro', de Deon Meyer: el legado de Mandela
Un 'thriller' eficiente y un revelador retrato social de Sudáfrica
Deon Meyer (Sudáfrica,1958) es responsable de una quincena de obras en las dos últimas décadas: mucha novela de misterio, una guía 'motard' por el África austral y un recetario de cocina; 'Enjoy', se titula. El 'thriller' que hoy comentamos es el quinto -y más reciente- tomo de la serie del capitán Benny Griessel, de los que sólo los dos primeros se habían traducido (y agotado): 'El pico del diablo' y 'Trece horas'. Pero la fuerza del personaje, la calidad de la narración, el ritmo magnífico y la forma en que se despliega la novela hace que no se requiera ninguna lectura o conocimiento previo y, en todo caso, sí la consulta recurrente al breve diccionario -al final de 'Ícaro'- para dominar el argot tan curioso como auténtico del afrikáans de Ciudad del Cabo.
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Una obra que atrae por el exotismo a nuestros ojos de la sociedad sudafricana como por el legado que Mandela supo transmitir; por el esfuerzo en superar el 'apartheid' y volver a edificarse, por el impacto emocional de una aventura en África, por el estilo directo, ágil, eficiente, por su protagonista -antihéroe alcohólico- y por el revelador retrato social que Meyer ha aparejado a lo largo de estos libros: una magnífica intriga en un país de diversidad tanto cultural como de orígenes y racial en lucha contra el maltrato, la pobreza y el subdesarrollo, para superar el racismo y combatir la corrupción, el tráfico de armas y de especies protegidas, estupefacientes y diamantes de sangre: así son las novelas policíacas de nuestro autor.
Y en 'Ícaro' todo arranca cuando una tormenta descubre un cadáver; cuando una web que fabrica coartadas para adúlteros es vulnerada; cuando un viticultor se sincera con una abogada; cuando comienza a formarse una clase media autóctona con acceso a estudios y un rencor aún por asumir, cuando el equilibrio se quiebra y las ilusiones, esperanzas y el amor no tienen donde alojarse. Un 'thriller' que crece desde múltiples escenarios, con secundarios de gran entereza, que se sustenta en un solo crimen y se viste con los mínimos recursos a la tecnología pero sí con una gran pasión por la cultura del vino en África. Y esta arquitectura se eleva pese a nuestra falta de referentes contextuales: la ignorancia de las equivalencias entre euros y rands, el género que corresponde a los enigmáticos nombres zulúes y xhosa, las normas de cortesía, el tesón de una sociedad mestiza, la gran incógnita que es ese país forjándose aún que magistralmente retrata J.M.Coetzee. Un libro excelente que no podemos ignorar.
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