John Banville, el pintor de la palabra

'La guitarra azul' es la última novela de uno de los autores más exquisitos de la lengua inglesa, más asequible en esta entrega

John Banville

John Banville / periodico

ENRIQUE DE HÉRIZ

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Oliver Orme, pintor de cierto renombre abandonado por las musas, se dedica a la práctica de su otro talento artístico: el robo, aprendido desde que en la infancia se apoderó de un tubo de óleo, color blanco zinc, y empezó a descubrir que el placer del hurto aumenta con la dificultad y roza la perfección cuando el antiguo dueño del objeto robado llega a percatarse de su ausencia. El gran robo de Orme, su verdadera obra de arte, se encarna en este caso en Polly, la mujer de su gran amigo Marcus. Todos los implicados, a los que se suma Gloria, la elegante esposa del propio Orme, deberán afrontar costosas consecuencias por ese robo: sobre todo él, el ladrón, que huye en busca de refugio al hogar de la infancia, desde donde teje un relato en el que se alternan los recuerdos de sus padres, de los primeros robos, con numerosos paseos, algún que otro sueño, la reconstrucción de la pérdida de la hija que tuvo en el pasado con Gloria, los detalles de su historia con Polly y unas cuantas reflexiones sobre el abandono de las musas.

Los lectores que ya venían siguiendo a John Banville encontrarán en 'La guitarra azul' claras reminiscencias temáticas y estructurales de algunas de sus últimas obras: la elaboración de la pérdida, también a propósito de la muerte de una hija, aparecía en 'Antigua luz'; la pintura y la búsqueda de refugio en el territorio físico de la infancia tienen un lugar central en 'El mar'. Quienes no conozcan la obra anterior de Banville, podrán acercarse por primera vez a su universo con una novela de la misma calidad que las anteriores, pero algo menos densa.

EL AMOR

'La guitarra azul' nos brinda además una elaboración de la idea del amor, una idea carnal pero al mismo tiempo platónica, en tanto que su función en la vida de quienes lo experimentan parece ser meramente especular, como una herramienta que les permite observarse; todo amor es un amor a uno mismo, llega a afirmarse en palabras de Orme. Más sutil y complejo parece el asunto del proceso de constitución inversa de la identidad: el pintor que no pinta, el objeto que adquiere su importancia a partir del momento en que es robado, la figura siempre presente de la desaparición... Es como si Banville propusiera la sustracción -en su doble sentido: el robo, pero también la resta aritmética- como medio de construcción.

El personaje de Orme está más cerca de completar su autorretrato cuanto más se desdibuja: el ser que se constituía por medio del robo y la pintura se reconstituye ahora por medio de la palabra, de un discurso a medio camino entre la culpa y el abandono. Estamos hablando de John Banville: no podíamos llegar al final sin detenernos en la palabra, en la frase, el tono, la cadencia. Porque ninguno de los elementos de sus novelas -historia, ambiente, personajes- alcanzaría la altura que les confiere el autor irlandés si no fuera por el transporte lingüístico: la resonancia de un estilo quizá algo más hiperbólico en esta entrega que en las anteriores, pero siempre pulido y estricto, que convierte en literatura todo lo que toca. Agradezcamos a sus traductores la parte que les corresponde.

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