CRÓNICA

Gloria para la reina Espert

La actriz deja el sello de su magisterio en 'El rei Lear', que triunfa en el Lliure

Ramon Madaula, Núria Espert y Andrea Ros, en el reencuentro de Lear con su hija Cordelia, ya muerta.

Ramon Madaula, Núria Espert y Andrea Ros, en el reencuentro de Lear con su hija Cordelia, ya muerta.

JOSÉ CARLOS SORRIBES
BARCELONA

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La varita mágica del éxito, siempre caprichoso, parece haberse instalado en el Lliure de Lluís Pasqual. El excelente año 2014 tiene continuidad en este, y obras como El rei Lear, que dirige el responsable del teatro, apuntalarán una trayectoria descollante en el ecosistema teatral barcelonés. En el año Shakespeare, Pasqual ha jugado bien sus cartas con un texto capital, al que ha añadido una puesta en escena esencial y sobria, marca de la casa, y un reparto intergeneracional de los que llenan plateas.

Sin contar un amplio coro, son una quincena de intérpretes -con la gran Núria Espert al frente- a los que dispone Pasqual en una desnuda plataforma longitudinal. El juego con el espacio es, por lo tanto, el del Lliure de toda la vida. El público está situado en las dos bandas de esa pasarela, que se mueve a diferentes niveles para recrear los escenarios cumbre de la trama. El director ya juega fuerte en un flamígero inicio, imponente, en el que el viejo Lear distribuye su herencia. En el reparto, la pequeña Cordelia (Andrea Ros) paga su honestidad con el destierro. En contraposición sus hermanas, las intrigantes Goneril (Míriam Iscla) y Regan (Laura Conejero), sacan tajada con adulación fingida.

ENTRADAS Y SALIDAS / Es el inicio de esta tragedia oscura, enorme, desgarradora, por la que navegan los grandes temas de su autor, sobre todo la fuerza destructiva que puede llegar a tener el amor o la ambición de poder que lleva a la traición y a la muerte. Tras ese arranque impactante, la pieza se empantana algo en su primera parte cuando el efecto de las entradas y salidas de los actores por los lados es reiterativo, aunque Pasqual las salpica de esporádicas imágenes brillantes, alguna incluso gore. Ese movimiento y el propio espacio no ayudan -cuando se pretende que manden la palabra de Shakespeare y el trabajo del actor- a una visión y audición ideales para el público alejado. Algo que se acentúa en el trágico reencuentro de Lear con Cordelia, ya muerta, un personaje al que la versión de Pasqual le quita vuelo. Sorprende que se desarrolle fuera de plano, en un costado de la pasarela, quizá porque el espacio central ya está lleno de cadáveres.

La coralidad de El rei Lear está más acentuada que nunca, aunque Espert atrae gran parte de las miradas como un Lear del que esta versión ha acentuado su fragilidad más que su autoridad. A sus casi 80 años (no lo olvidemos), es la reina de una obra de tres horas en una actuación rebosante de matices. A su lado, la también veterana Teresa Lozano brilla como el bufón deslenguado y cantarín. Ramon Madaula, mientras, es un soberbio conde de Kent, mientras Julio Manrique deja también huella como Edgard, el buen hijo del desgraciado conde de Gloster (Jordi Bosch) que se enfrentará a su hermano, el bastardo Edmund (David Selvas). Mimbres para un éxito seguro.