EXPOSICIÓN DE UN ARTISTA POR DESCUBRIR
El Prado presenta al pintor francés más español
El museo reúne 31 de las poco más de 40 obras que se conservan de George de La Tour
Natàlia Farré
Periodista
NATÀLIA FARRÉ / MADRID
George de La Tour (1593-1652) es el más español de los pintores franceses y el más desconocido de los pintores franceses en España. Una tremenda paradoja para un artista que durante siglos vio parte de su obra atribuida a Murillo, Zurbarán, Velázquez, Ribera, Maíno... Y una tremenda paradoja para un artista que cuenta con el Museo del Prado como su mayor coleccionista tras el Louvre y la pinacoteca de Nantes. "Darlo a conocer y convertirlo en una figura tan popular como en Francia es uno de los objetivos de la exposición" sobre el pintor que la pinacoteca madrileña celebra hasta el 12 de junio, afirma Andrés Úbeda, uno de los comisarios de la muestra. Propósito harto difícil de conseguir si se tiene en cuenta que en su país natal goza de tanta estima como Cézanne, Monet y Renoir; y que la monográfica que en 1997 le dedicó el Gran Palais de París llegó a los 530.000 espectadores, récord mundial del año en cuestión.
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"Es el más querido por los franceses porque emociona y desconcierta al mismo tiempo. Es un misterio que resiste todas las tentativas de ser desvelado. Una mezcla conmovedora de de espiritualismo y realidad que seduce", sostiene Dimitri Salmon, el otro comisario. Pero tanta estima no suma más de un siglo. El cambio de gustos estéticos tras su muerte, la escasez de datos sobre su persona y la desaparición de su obra lo enviaron a los sumideros de la historia hasta 1915. Año en que Hermann Voss escribió sobre él un artículo tan breve como famoso que fue el inicio de su camino al estrellato artístico y su restitución, pero no el de su conocimiento: "Es el pintor de los agujeros negros", apunta Úbeda, Afirmación que remite al gran desconocimiento que hay sobre su vida: nada se sabe de su formación, de sus clientes, del funcionamiento de su taller, ni de sus dibujos, ni de sus posibles viajes a Italia y Holanda que explicarían la influencia de Caravaggio y del naturalismo de la escuela de Utrecht en su obra.
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Lo único cierto es su pintura, hasta Voss de estirpe española, filiación aupada por los tópicos del XIX según los cuales el realismo y la violencia de las telas de De La Tour estaban más en consonancia con el naturalismo que se practicaba al sur de los Pirineos que con el clasicismo francés. Pero si algo es la obra de este maestro del retrato de la indigencia material y espiritual humana, además de sumamente original y virtuosamente técnica, es heterogénea. Su trayectoria partió de la marginalidad para llegar a la luminosidad de sus piezas más narrativas para luego pasar a los nocturnos de religiosidad laica. Unos pasos que se ordenan así cronológicamente, aunque no hay datación de las telas, y unos pasos que sigue la exposición para desplegar las 31 piezas que exhibe de las cuarenta y pocas que se conservan del pintor.
LA JUSTIFICACIÓN DE ANDRÉ MALRAUX
Así, la muestra empieza con sus obras más tempranas, aquellas que plasman la miseria, la violencia, la pobreza, la mendicidad y el hambre sin caer en folclorismos: "'Comedores de guisantes' es probablemente la expresión de la pobreza más descarnada de todo el siglo XVII", sostiene Úbeda. Y sigue con la etapa de afirmación, la más luminosa. Es en esta parte donde cuelga la tela más conocida del autor: 'La Buenaventura', el óleo que cuando se supo que el MET de Nueva York lo había adquirido, en 1960, obligó a André Malraux, entonces ministro de Cultura de Francia, a justificar frente la Asamblea Nacional su exportación.
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La última parte de la exposición la copan los nocturnos de carácter religioso, quizá sus lienzos más misteriosos. Piezas que participan de una poética soledad y fuertemente conmovedoras en las que a menudo es difícil apuntar el tema por la humanización de las figuras sagradas. Ahí están 'La aparición del ángel a San José' y 'El recién nacido', esta última la mejor muestra de la perplejidad que presentan estas composiciones: una Sagrada Familia sin San José, con un protagonismo exagerado de Santa Ana y con más sentido maternal que religioso.
Al final, una trayectoria heterogénea pero “coherente”, a juicio de Úbeda, pues en ninguna de sus telas se puede ver un trozo de mundo: ni cielo, ni mar, ni horizonte, ni vegetación, ni ventanas al exterior. Misterioso De La Tour.
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