EL LIBRO DE LA SEMANA

Ernesto Sabato: un solo túnel, oscuro y solitario

La nueva edición de 'El túnel' en el 70 aniversario de su aparición devuelve al lector una novela carismática y fundamental

Ernesto Sabato, en una de sus visitas a Barcelona.

Ernesto Sabato, en una de sus visitas a Barcelona. / periodico

Ricardo Baixeras

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El 70 aniversario de la publicación de 'El túnel' (1948) del argentino Ernesto Sabato (Rojas, 1911 – Santos Lugares, 2011) es una ocasión idónea para volver la mirada atrás, releer y celebrar una las tres novelas con las que Sabato cimentó una carrera literaria insólita y descomunal. Las otras dos también permanecen indelebles en el recuerdo: 'Sobre héroes y tumbas' (1961) y 'Abaddón el exterminador' (1974). Tras el rechazo de varias editoriales 'El túnel' pudo ver la luz gracias a un préstamo que Alfredo Juan J. Weiss le ofreció a Sábato.

El compromiso con la temporalidad angustiante de su época fue algo a lo que no renunciaría jamás porque vislumbró con una claridad asombrosa que la condición trágica del hombre en el siglo XX no pasaba por la ciencia de la que desertó explícitamente a pesar de doctorarse en 1937 en Ciencias Físicas y Matemáticas y obtener una beca para realizar estudios sobre radiaciones atómicas en el laboratorio Curie en París: "Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas. En el Dome y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando cadáveres exquisitos". Su vida iba a dar un vuelco completo porque pasaría a dedicar todos sus urgencias al 'escritor y sus fantasmas' que ya era. Sabato delineó la soledad metafísica de la contemporaneidad del hombre en el siglo XX que en 'El túnel' tendría tintes desesperantes.

Esta edición conmemorativa cuenta con varios textos del propio Sabato sobre 'El túnel' que han ido apareciendo en varios de sus libros de ensayo como este que apareció en 'De heterodoxia' (1953): "… Los seres humanos no pueden representar nunca las angustias metafísicas al estado de puras ideas, sino que lo hacen encarnándolas… Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma en aislamiento de un hombre concreto en una ciudad bien determinada, la desesperación metafísica se transforma en celos, y la novela o relato que estaba destinado a ilustrar aquel problema termina siendo el relato de una pasión y de un crimen". También contiene el expediente completo de la censura en España en el que aparecen sentencias de esta guisa: “Nos encontramos ante el relato de las consecuencias de un amor ilícito. En el fondo, a la manera de los cultivadores del absurdo, un Camus, por ejemplo, hay una defensa apasionada de la fidelidad en el amor, pero se parte del equívoco de que el amor puede ser ilícito. En el empeño de defender esa en consecuencia falsa fidelidad, se justifica el asesinato. NO AUTORIZABLE.”

El asesino narrador y protagonista de la novela inicia su periplo introspectivo con aquella aterradora confesión: "Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne". Lo absurdo del crimen tiene algo que ver con el recuerdo que el lector tiene de Mersault, el protagonista de 'El extranjero' que mata a un árabe "a causa del calor". Historia pasional hasta la locura, relato policial que no se resuelve (¿por qué la mató?), retrato moral desesperado y desesperante de un hombre en descomposición moral, 'El túnel' se convierte en una parábola de la dicha inalcanzable, en la que la mezquindad, la incomunicación, el tedio y la soledad dibujan el perfil desasosegante de un hombre en busca de su propio abismo.