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Richard Linklater: "Cada idiotez que Trump dice pone vidas en riesgo"

El director de 'Boyhood' indaga en el coste humano que los conflictos bélicos acarrean en la recién estrenada 'La última bandera'

El director norteamericano Richard Linklater

El director norteamericano Richard Linklater

Nando Salvà

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A lo largo de poco más de 25 años, Richard Linklater ha escrito y dirigido una colección de películas casi siempre magníficas cuyo objetivo común parece ser llegar a la esencia de las emociones y las interacciones humanas. Lo mismo puede decirse de la que acaba de estrenar en nuestro país, La última bandera, que es a la vez un relato bélico y el retrato de un grupo de personas que hablan. Situada en el 2003, es la historia tres veteranos de Vietnam que se reúnen para llorar la pérdida del hijo de uno de ellos, muerto en la guerra de Irak, y que en el proceso se ven empujados a reexaminar sus sentimientos sobre el ejército, su país y lo que significa ser un patriota.

¿Diría que La última bandera

Supongo que sí. No la podría haber hecho dos décadas atrás; no me habría interesado. Pero, como todo el mundo, me hago viejo y mis intereses como director envejecen conmigo. Esta es la película de un hombre de mediana edad, que es exactamente lo que yo soy. Y mis sentimientos acerca de las relaciones humanas, y lo que siento por los amigos de toda la vida, han cambiado por completo. Estoy mucho más cerca de ser un anciano que de ser un chaval.

Es una película de guerra, pero en la que la guerra no aparece en ninguna escena.

François Truffaut dijo una vez que una película bélica no puede ser antibelicista, porque en cuanto recreas la guerra la estás promocionando. Y estoy de acuerdo: cualquier película bélica, por mucho que retrate el frente como un infierno, al mismo tiempo lo está dotando de épica, y poesía, y hasta belleza. Por eso no quise mostrar el campo de batalla; preferí pasar el tiempo con estos tres personajes y llegar a conocerlos.

¿Es La última bandera

Solo espero que sirva para recordar el terrible coste humano que esos conflictos acarrean. Una guerra solo dura un periodo de tiempo limitado, pero para la persona que la experimenta de primera mano nunca se acaba. Y, si no sobrevives a ella, seguirá haciendo daño para siempre a tus seres queridos. Y eso es terrible, porque cuando un soldado se alista está aceptando que quizá lo maten; es un trato. Pero los familiares casi nunca participan en esa decisión.

¿Le resultó difícil hablar de esas cosas y al mismo tiempo mostrar respeto por quienes se sienten orgullosos de servir a su país?

Mi único compromiso ha sido respetar la perspectiva de los soldados. Está claro que yo tengo sentimientos encontrados sobre el ejército, pero respeto a esos muchachos. Y la jerarquía militar, que es el peor invento de la historia de la humanidad, no los tiene en cuenta para nada. Cada estupidez que dice Donald Trump, cada amenaza ridícula que lanza a Corea del Norte, es una muestra de desdén a todas las vidas que eso pone en riesgo. Y, mientras tanto, los soldados deben mostrar obediencia ciega.

¿En qué medida pone la película en cuestión esa idea del sentido del deber?

Más bien diferencia el sentido del deber entendido como idea abstracta del sentido del deber entendido como responsabilidad personal. Nociones como el honor, la patria y el sacrificio solo tienen sentido a nivel teórico. Yo amo a mi país, y estoy rodeado de gente que también lo ama. Y creo que se puede ser un patriota y, a la vez, tener espíritu crítico. Pero hoy en día quien se muestra crítico es tachado de traidor. Cualquier disensión es aplastada.

La película pone en común dos conflictos armados: por un lado, Vietnam; por otro, la segunda guerra de Irak. ¿En qué se parecen?

En primer lugar, porque ambos nacieron a partir de mentiras. En Vietnam no había peligro atómico, y en Iraq no había armas de destrucción masiva. Nuestros líderes nos hicieron creer ambas cosas por motivos ocultos. Y en segundo lugar porque los dos generaron índices de suicidios altísimos entre veteranos de guerra. El ejército entrena a esos chicos y los arroja al infierno, pero cuando la máquina de matar vuelve a casa es abandonada a su suerte. ¿Y para qué sirven todas esas vidas a perder? ¿Qué estamos haciendo en Afganistán?

¿Tiene usted respuesta a esa pregunta?

Creo que esta guerra sirve únicamente para que estemos en guerra. Creo que el destino de mi país es como una profecía orwelliana: hay que estar en guerra constante y perpetua, porque eso es lo que hace que la máquina siga en marcha. No nos vamos de Afganistán porque no queremos irnos.