González Ledesma: "Soy un tirador de primera"

Entrevista con el escritor publicada en EL PERIÓDICO el 11 de abril del 2010

Francisco González Ledesma, durante la entrevista.

Francisco González Ledesma, durante la entrevista. / periodico

NÚRIA NAVARRO / BARCELONA

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A los 21 años Francisco González Ledesma escribió una novela titulada Sombras viejas, que aplaudió Somerset Maugham y le condenó a 30 años de ostracismo por «rojo y pornógrafo» (en la novela un tipo le ponía la mano en la rodilla a una señorita). Así que se sacó la carrera de Derecho y, con el seudónimo de Silver Kane, escribió 400 novelas del Oeste para Bruguera. En aquella época pretecnológica, le leyeron entre 20 y 30 millones de españoles. Llegada la democracia, pudo escribir sin máscara lo que le dio la gana. Logró el Planeta (Crónica sentimental en rojo) y el RBA (Una novela de barrio). A los 83 años vuelve a ser Silver Kane con La dama y el recuerdo (Planeta).

–¿Un ataque de nostalgia? 

–Estaba escribiendo una novela de la serie del detective Méndez y de repente me pregunté: «¿Serías capaz de escribir como entonces, con un estilo juvenil, casi con rabia?».

–Es evidente que sí. 

–Dispuesto a no cobrar anticipo y a romper la novela si no salía bien, hice la prueba. Y me sentí joven otra vez. Volví a estar a gusto con el pistolero, la dama del saloon, las tribus indias. Elementos ingenuos, pero cargados de verdades absolutas como la vida y la muerte.

–Pero eso, en tiempos de Gürtel... 

–Antes la gente era más crédula, pero la tipología humana no ha cambiado. Lo que hoy pasa en España podía haber pasado allí. Un tío como Correa habría sobrevivido sin problema en el Far West. En mi novela aparece Ford, un administrador de las tribus indias que saca dinero de debajo de las piedras.

–Oiga, ¿y cómo podía recrear el Oeste sin poner un pie allí? 

–El primer Silver Kane lo firmé en 1952 y no fue hasta 1965 cuando tuve dinero para pagarme el viaje. Mientras, lo saqué todo de la imaginación y de libros norteamericanos que me conseguía Víctor Mora a través de contactos. Tenía uno sobre la compañía Well Fargo de diligencias, historias de los jueces americanos, de las tribus indias... Y no cometí grandes errores.

–De manejar un Colt, nada de nada. 

–Tengo uno que he convertido en lámpara de mesa, je, je. Pero yo, como se dice en el Ejército, soy un tirador de primera. Con fusil, ¿eh? Lo sé todo sobre las armas.

–¿Y eso? 

–Cuando estudiaba Derecho –costeado por una tía mía de Zaragoza que me acogió durante la guerra–, en vez de ir a quintas, fui de campamentos y llegué a alférez provisional, que era el que iba 20 metros antes del soldado más valiente. Estuve en Ronda y en el Pirineo de los maquis. Luego me ascendieron a capitán y me dieron una compañía.

–¿Debo entender que era un oficial franquista...? 

–¡Eso me creó un dilema moral tremendo! Yo no quería matar a ningún maquis, sobre todo a los de Marcel.lí Massana. Así que, cuando sabía que estaban en el norte, yo iba para el sur. Además, tuve otro problema: a mis soldados, fuera de servicio, les hablaba en catalán. Me abrieron un expediente por separatista, y me degradaron a soldado. A los 28 años me hicieron repetir el servicio militar. Pero el sentido del honor me quedó dentro. Se ha perdido la hombría, como se ha perdido el orgullo del trabajo y los ideales. Silver Kane reivindicaba una vida en la que el honor tiene importancia.

–Siendo rojo es curioso que quisiera ser militar. 

–Me había acostumbrado a la muerte. En octubre del 34, las calles se llenaron de tiros. Luego, el 19 de julio, de cadáveres. El Poble Sec bullía de gente que pedía un arma para defender la libertad. Mi padre fue a la barricada de El Molino para que no pasaran los militares de Drassanes... Admiraba a aquellos milicianos que iban con escopetas de mierda.

–Acabó disparando en un paisaje de ficción. 

–Detrás de las novelas de Silver Kane había una intención secreta...

–Cuente usted. 

–Yo era un rojo de barrio pobre –ahora soy un rojo desengañado, porque veo a tanto político robar...–. Quería que la gente, al leer mis novelitas, vieran que al sheriff y al juez los elegía el pueblo, y que había jurado popular. Esperaba que el lector se diera cuenta de que el país estaba muy jodido, de que se le usurpaban derechos fundamentales. Lo que no podían explicar los diarios lo explicaba el novelista. Yo no tenía pretensión literaria. Solo quería comer.

–«Fue un tiempo de sufrimiento», dice siempre. 

–¡Llevaba una vida absolutamente miserable! Los que trabajábamos en Bruguera haciendo este tipo de novelas éramos represaliados o muertos de hambre, que era mi caso.

–¿Lo de muerto de hambre es literal? 

–Literal. El 26 de enero de 1939 hacía tres días que en casa no comíamos nada (la sensación de muerte viene al segundo día). Así que mi madre tuvo una idea: ir al puerto, echarnos al agua e intentar sacar alimentos de las bodegas de los barcos semihundidos. ¡Ni ella ni yo sabíamos nadar!

–¿Se lanzaron al agua? 

–No llegamos. En el paseo de Colón pasó la caballería mora, a la carga, los sables en alto. Caímos entre las patas de los caballos. En la esquina de Correos había cuatro soldados republicanos sin mando. Los cosieron. ¡Y nadie iba a hablar de ellos! Eso se convirtió en obsesión: tenía que escribir la gran novela de Barcelona para que todo el mundo supiera sobre el sacrificio de su gente.

–Tardó mucho en poderlo hacer. 

–Durante un tiempo, ejercí de abogado por las mañanas, de periodista por las tardes, de noche escribía Silver Kane y sobre las cuatro de la mañana, la novela que justificaba mi existencia. ¡Una vida miserable!

–Ganó un buen dinero. 

–Llegué a ser un abogado de renombre (figuro como autoridad en los libros de Derecho), y millonario (si hoy tengo un piso en la Vía Augusta es por aquella época), pero me atormentaba defender a tipos indeseables. ¡He sacado a cada uno a la calle! Hubo un tío que me quiso pagar con el producto de un atraco...

–Pero dejó las leyes por culpa de la tiránica Bruguera. Era su abogado. 

–Así es. Francisco Bruguera era un empresario implacable. Me pedía que el producto de dibujantes como Peñarroya no fuera para ellos y que, si algún día se iban de la editorial, Bruguera pudiera seguir dibujando sus personajes. ¡Un trato inhumano hacia el creador!

–Que usted debía aplicar. 

–Hay procedimientos legales para que el dibujante se quede sin nada, y yo los conocía y los empleaba. Conseguí una serie de contratos en los que todo era para la editorial. ¡Y los dibujantes eran mis amigos, gente a la que quería!

–Corin Tellado le recordaba... 

–Mal ¿no? Se enfadó mucho conmigo. Le hice un contrato blindado por todas partes, se lo metió por ahí y se fue a Editorial Rollán. Bruguera me pidió que fuera a Gijón y que, si hacía falta, la metiera en la cárcel.Fui su enemigo público número uno hasta que entendió que yo solo era el abogado de la casa. Todo eso me ocasionaba un tremendo sufrimiento. Así que un día le dije a Bruguera que quería poder levantarme y mirarme al espejo. Se enfadó y me fui sin ni cinco. Me dio un certificado y un mechero de oro (yo no fumo, ¿eh?). Abandoné la abogacía.

–Pero siguió en la editorial escribiendo como Silver Kane. 

–No había acabado el contrato. Llegué a pensar que me estaba prostituyendo...

–Ahora, gente como Jodorowski le compara con Cervantes. 

–¡Una barbaridad que agradezco! Pero la vida es una broma y hay que cogerla como viene. Ahora en la página web tengo 250.000 entradas.

–Si me permite, don Francisco, es usted muchos en uno. 

–Soy muy complicado. He sido muchas cosas y no he destacado en ninguna. Solo sé que soy auténtico cuando escribo. Me gustaría que me recordaran como a una persona que se sacrificó por la literatura, que le dedicó sus cinco sentidos. A veces, impulsado por la desesperación... Todo lo demás es circunstancial.