ENTREVISTA A LA AUTORA ESTADOUNIDENSE

Los monstruos, buenos y malos, del cómic del año

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Anna Abella

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Emil Ferris (Chicago, 1962) le picó en el 2001 un mosquito y contrajo el virus del Nilo Occidental. El resultado fue parálisis de cintura para abajo y de la mano derecha. Era madre soltera y sabía que para salir adelante debía volver a dibujar, pues se ganaba la vida como ilustradora médica y técnica y diseñadora de juguetes (como los que regalan en Mac Donald’s). Y, a pesar del agorero pronóstico de algún médico que le dijo que no volvería a andar, acudió en silla de ruedas a matricularse en el prestigioso Art Institute de Chicago. Allí, el dibujo fue su “terapia” y durante una década, armada con lápices y bolígrafos de colores, alumbró tenazmente su primera novela gráfica, ‘Lo que más me gusta son los monstruos’ (Reservoir Books). Este libro, que admite, vía correo electrónico, que la sanó y “continúa sanando”, hace hoy honor indiscutible a la etiqueta de ‘cómic del año’, favorito a cinco premios Eisner y ganador de dos Ignatz, con más de 70.000 ejemplares vendidos en Estados Unidos, ovacionado por la crítica, mejor tebeo del 2017 en más de 100 listas anglosajonas y con Sam Mendes (‘American beauty’) tras la futura versión cinematográfica. 

La historia de su autora y todo lo que ha rodeado su publicación (una odisea que se detalla más adelante) resulta tan sorprendente como el propio cómic: 400 páginas de desbordante banquete visual (que imita un diario infantil escrito en cuadernos pautados de espiral) y un festival temático, resuelto con múltiples soluciones gráficas, para degustar con calma y repetir buscando guiños y detalles. La protagonista es Karen Reyes, una pequeña de 10 años en el ‘uptown’ multirracial del Chicago de 1968 -el mismo en que se crió Ferris-, que se ve a sí misma como una niña lobo detective que investiga el asesinato de su bella vecina judía, Anka Silverberg, superviviente del Holocausto. Le gustan las niñas y vive con su madre enferma de cáncer y su idolatrado y mujeriego hermano (con un pie en la guerra de Vietnam), obsesionada con los monstruos de las revistas ‘pulp’ y el cine de terror de serie B

A través de los ojos infantiles de Karen, Ferris despliega un caleidoscópico relato, vestido de ‘thriller’ (y con algunas pinceladas nacidas de su propia biografía), que denuncia el ‘bullying’, la esclavitud sexual, el racismo y el acoso al diferente y al marginado, reivindica el lesbianismo y el arte de grandes maestros de la pintura y recuerda la prostitución y el abuso infantil en la República de Weimar.     

Recuerda Ferris cómo vivió siendo una niña con problemas de escoliosis. “Tenía una discapacidad y experimenté algo de ‘bullying’ pero, sorprendentemente, había niños que me defendían y protegían [como el personaje de Franklin, un negro con la cara llena de cicatrices e inspirado en Frankenstein]. Tuve suerte... a veces. Los niños pueden ser lo peor. Pero me encanta ver últimamente a muchos niños que se han levantado contra la violencia y el acoso en las escuelas. En este tiempo de oscuridad, hay también luz”.    

De adulta tampoco se libró del maltrato, pero por otros motivos. “Mi primera relación y la más larga fue con una mujer. De mayor, mi preferencia por las mujeres estaba muy mal vista y experimenté agresiones verbales y físicas cuando estaba en compañía de las mujeres a las que amaba”. 

De ahí que en su historia y la de Karen los monstruos buenos sean en realidad los surgidos de la cultura popular, como Drácula, Frankenstein o el Hombre Lobo, pero también los “seres cuya naturaleza es diferente y deben luchar en un mundo que acusa y condena la diferencia”. “Ellos -añade- me han ayudado siempre a escapar del mundo real. Nos muestran el rostro de una lucha extrema y eso es doloroso, útil y conmovedor”. 

Para Ferris, el libro es una advertencia contra los otros monstruos del mundo real, que esgrimen racismo y odio hacia quienes creen inferiores y distintos pero también contra los poderes que dominan el mundo. “Esos monstruos malos generan órdenes y desean dividirnos para mantener el poder sobre los ciudadanos, que hacen su voluntad sin darse cuenta y son víctimas del miedo y la vergüenza”. 

“Los peores monstruos no pueden confiar en nadie -continúa-. En realidad son los seres más débiles y tal vez los más solitarios. Confían en el dinero y el poder que les permite mantenerse a salvo de lo que hace vulnerable al ser humano. Buscan ejercer control sobre el pueblo para mantenerse por encima de él. Y en ese trato oscuro aparecen cosas aterradoras, como la renuncia a la imaginación, la empatía, la vulnerabilidad y el amor”. 

Conoció Ferris a supervivientes del Holocausto y de la Alemania de los años 20, aunque la mayoría ya han muerto. “Es instructivo ver la austeridad económica impuesta que precedió a los extremos que sufriría el país con el nazismo. Es una lección temible y cada vez me pregunto más si lo que pasó puede volver a pasar”.   

Rechazada por 48 editoriales

La publicación de ‘Lo que me gusta son los monstruos’ fue tan accidentada como su gestación. Presentó el proyecto a 50 editoriales y fue rechazado por 48. Fue la pequeña pero prestigiosa The Other Press la que aceptó llevarlo adelante pero tras un lustro tuvo que renunciar ante el volumen que adquiría el trabajo (400 páginas más otras 400 en un segundo libro que ya tiene a punto). Fue la no menos reconocida Fantagraphics quien lo rescató y encargó 10.000 ejemplares a una impresora en China. Cuando estos viajaban en barco hacia Estados Unidos, la naviera, Hanjin, quebró y la nave quedó embargada en el canal de Panamá por los acreedores. Finalmente, ‘los monstruos’ llegaron al lector. Ferris nunca se rindió. Gracias a sus padres artistas, nunca ha olvidado que creció “creyendo en el poder del arte como una religión”.