ENTREVISTA

Armando Iannucci: "Todos tenemos dentro un pequeño Kim Jong-un"

El director escocés recrea en 'La muerte de Stalin' las encarnizadas luchas por el liderazgo que tuvieron lugar en el Kremlin instantes después del óbito del dictador

Armando Iannucci, el 8 de marzo, en la presentación de 'La muerte de Stalin' en Nueva York.

Armando Iannucci, el 8 de marzo, en la presentación de 'La muerte de Stalin' en Nueva York. / periodico

Nando Salvà

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Es una de las mentes satíricas más afiladas de nuestro tiempo. En ficciones como las teleseries The thick of it y Veep o el largometraje In the loop (2009), el escocés Armando Iannucci (Glasgow, 1963) ha demostrado hasta qué punto la búsqueda del poder hace aflorar todo cuanto de la mezquina, estúpida, incompetente e inmoral tiene la condición humana. Vuelve a hacerlo en su nueva película, la recién estrenada La muerte de Stalin, que recrea las encarnizadas luchas por el liderazgo que tuvieron lugar en el Kremlin instantes después del óbito del dictador.

Su película es hilarante pero, al mismo tiempo, le deja a uno muy mal cuerpo.

Me lo tomo como un cumplido. Dios me libre de compararme con Chaplin, pero mi intención fue hacer algo parecido a El gran dictador (1940), contiene algunos de los mejores gags de la historia y al mismo tiempo escenas ambientadas en el gueto, y chistes sobre cámaras de gas. Hay algo inherentemente cómico en los totalitarismos y en los extremos a los que llegan para someter a la gente. Durante el estalinismo, el que dejaba de aplaudir primero al final de un discurso podía ser ejecutado junto a su familia. Es atroz, sí, pero también muy absurdo.

¿Qué le sorprendió más a medida que indagaba en el estalinismo?

El poder de Stalin sobre la gente. Al parecer, aquellos que iban a ser ejecutados gritaban "larga vida a Stalin" justo antes de ser abatidos; e incluso los presos de los gulags lloraron al enterarse de su muerte. Es muy loco. Y, actualmente, pese a todo lo que sabemos de las purgas, en Rusia aún hay quienes hablan de él con nostalgia.

Usted siempre ha hecho sátira de la política de su tiempo. ¿Por qué decidió esta vez viajar al pasado?

Porque cuando me ofrecieron la oportunidad de adaptar el cómic en el que la película se basa sentí que era un vehículo idóneo a bordo del que meditar sobre cómo el concepto mismo de democracia está en peligro por culpa del auge de los nacionalismos en Europa y líderes autoritarios como Erdogan en Turquía, Duterte en Filipinas o Putin en Rusia. El problema es que hemos dado la democracia por hecha y ya no trabajamos para mantenerla. Mucha gente ni siquiera es consciente de la importancia de las elecciones. Votan a un presidente como quien vota al próximo expulsado de Gran Hermano. El Brexit es consecuencia de ello.

La película fue escrita mucho antes del ascenso de Trump, pero viéndola es inevitable pensar sobre todo en él.

Lo sé. Después de todo habla de gente que quiere controlar el flujo de información, y eso también lo quiere Trump, ¿verdad? Quiere cerrar las cadenas que lo critican, y en su Twitter asegura que la CNN es el enemigo del pueblo. Eso es justo lo mismo que decía Stalin. No hace mucho, Trump comparó a los inmigrantes con serpientes que te muerden y te envenenan. ¿No decían los nazis algo parecido de los judíos?

¿Sigue teniendo sentido hacer sátira política cuando el mundo está en manos de gente como Trump?

Yo también me lo pregunto. Al fin y al cabo, de hacer sátira de Trump ya se encarga él mismo. Y es muy consciente del impacto que tienen sus tuits. Es un ignorante, pero no un idiota. Y debemos estar alerta. Se está quedando cada vez más solo, y no tardará en deshacerse de su hija y su yerno. Y tarde o temprano la tomará con sus propios electores; es entonces cuando será realmente peligroso. Por eso es un error tomárselo a broma, porque hacerlo nos hace bajar la guardia. Uno de los problemas de la sátira es que se ha convertido en un sustituto del enfado y la protesta.

"Uno de los problemas de la sátira es que se ha convertido en un sustituto del enfado y la protesta"

¿Puede mencionar otro? 

La corrección política. En la era de las redes sociales solo se aceptan los me gusta. Criticar y ofender está prohibido. Si alguien te critica, lo bloqueas. Todos tenemos dentro un pequeño Kim Jong-un, y Twitter lo hace aflorar. Y es en parte ese miedo a la discusión lo que ha propiciado el auge de la posverdad: con tal de ganar referéndums, los políticos cuentan a la gente cosas que son falsas, y aun así los ganan.   

Ya que hablamos de callar a los demás, recordemos que La muerte de Stalin

Me apena mucho, claro. Y supongo que deja claro que allí las cosas no han cambiado tanto desde los tiempos de Stalin. En todo caso, ¿qué sentido tienen este tipo de censuras en el siglo XXI, cuando cualquier contenido es fácilmente accesible? Qué absurdo. El problema es que mi película se ríe de la autoridad, y la autoridad es algo que Putin obviamente se toma muy en serio. Tengamos cuidado de los políticos que son incapaces de encajar chistes. Son los más peligrosos.

¿No cree que, en realidad, la mayoría de ellos lo son?

Me temo que sí. Pero lo entiendo. Solemos poner la política en un pedestal, y asumimos que quienes la practican son gente que sabe lo que hace. Y mi objetivo es demostrar que la mayoría de ellos son personas que viven en la inopia, improvisando, y temerosos de que, tarde o temprano, nos daremos cuenta de que son unos impostores.