MICROCOSMOS DE UNA ÉPOCA DESAPARECIDA

Condenado a vivir en un hotel de lujo

El escritor Amor Towles, en Barcelona, el pasado septiembre.

El escritor Amor Towles, en Barcelona, el pasado septiembre. / periodico

Anna Abella

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Al conde Aleksandr Ilich Rostov, los bolcheviques le condenan a perpetuidad a vivir en el lujoso Hotel Metropol de Moscú, a un paso del Kremlin y de la temible sede de la policía secreta soviética, la Lubianka. Haber escrito un poema subversivo antes de la revolución le salva de Siberia o del paredón. En ese insólito arresto domiciliario residirá tres décadas, durmiendo en una buhardilla y trabajando en el restaurante. Es el carismático, educado y elegante protagonista de ‘Un caballero en Moscú’ (Salamandra) -que Kenneth Branagh encarnará en la versión televisiva-, “una figura del siglo XIX, nacida en 1890, con la sensibilidad por el arte y la cultura del aristócrata de la época, un optimista nato que cree que las cosas acabarán bien y que la mayoría de la gente es buena”, le define su creador, el estadounidense Amor Towles (Boston, 1964), que visitó Barcelona avalado por un millón de ejemplares vendidos y con la novela traducida a más de 20 idiomas

El conde es un personaje de ficción cuya historia se le ocurrió al autor de ‘Normas de cortesía’ (2011) cuando aún no se dedicaba a escribir. “Durante 20 años trabajé con un amigo en una empresa de fondos de inversión y cada año me alojaba en hoteles de Chicago, París, Londres, Los Ángeles... Un día, en un hotel de Ginebra reconocí a los mismos trabajadores del año anterior y en el ascensor pensé que sería una buena idea para un libro. Esa noche empecé a tomar notas y tuve claro que transcurriría en Rusia”, explica. El porqué del lugar reside en su interés, ya desde joven, por “los clásicos rusos -Tolstói, Chéjov, Dostoievski, Gogol, Turguéniev...-, las vanguardias rusas -Malévich, Maiakovski...- y la posrevolución y la era soviética”.

Hotel con vida propia

Sin embargo, la primera vez que Towles pisó el país de los zares fue en 1998 y no se alojó en el Metropol, solo visitó el bar. Sí lo hizo con el borrador de la novela ya acabado. “No quería que la realidad del hotel interfiriera en lo que imaginaba. La habitación del ático donde vive el conde, por ejemplo, no existe”. Así, logra que el hotel tenga vida propia y lo convierte en un rico microcosmos de personajes a cuyo alrededor se sucede la historia rusa. “Forma parte de la tradición de grandes hoteles que empezaron a construirse a finales del siglo XIX en Estados Unidos y Europa. Eran tan grandes que ocupaban manzanas enteras y tenían muchos servicios: tiendas, restaurantes, biblioteca... Los ricos se hospedaban en ellos cuando hacían sus ‘tours’ europeos porque eran espacios cosmopolitas, con comida, periódicos o música internacionales. Son una metáfora del siglo XX. Muchos aún existen pese a haber sufrido dos guerras mundiales. Fueron construidos para durar”.

“Los bolcheviques -añade- ocuparon el Metropol cuando movieron la capital de San Petersburgo a Moscú, echaron a los huéspedes y lo convirtieron en la segunda Casa de los Soviets. En 1922, cuando otros países empezaron a reconocer el Gobierno como legítimo, vieron que necesitaban un lugar con glamur para los embajadores y los periodistas extranjeros, con cócteles americanos, música de jazz en vivo y mujeres bellas”. Y, como refleja la novela, fue un “oasis de lujos” frecuentado por los reporteros estadounidenses, como John Reed, que “sabían perfectamente que la policía secreta les espiaba gracias a las camareras mientras tomaban copas”.

Una botella con mensaje al mar

El Metropol ya se había cruzado en la vida de Towles sin él saberlo. “De niño tiré al mar una botella con una nota diciendo ‘espero que esto llegue a China’. Al poco llegó a casa una carta de un editor del ‘New York Times’ diciendo ‘me temo que no llegó a China...’”. La anécdota viene a cuento porque se escribió con el periodista hasta que a los 18 años se conocieron en persona. “Fue tras su muerte, cuando ya tenía el borrador del libro, que supe que vivió en el Metropol de Moscú cubriendo el final de la segunda guerra mundial y la guerra fría”. Como homenaje, en la novela, es uno de los huéspedes.

Los arrestos domiciliarios, "aunque no en hoteles, eran habituales en la época de los zares y en la soviética. Cuando el zar creyó que Puskhin ya no era de fiar políticamente, como era famoso y no podía exiliarlo a Siberia ni ejecutarlo le condenó a vivir en un piso delante del palacio imperial. Hoy hay casos, en China, en Arabia Saudí, el de Julian Assange...”.

El privilegiado ‘encierro’ obliga al conde Rostov “a dejar atrás su vida de aristócrata pero eso no significa que su nueva vida no sea rica porque pasa de valorar los bienes materiales que poseía antes a entender que le enriquece más el compañerismo con los trabajadores y amigos del hotel y el ejercer de padre adoptivo”. A la vez es consciente de que “los que se rebelaron contra el régimen totalitario, entre ellos muchos de los que habían creído ciegamente en la revolución y defendían el comunismo, sufrieron las consecuencias”. Y ahí: purgas, ejecuciones y deportaciones a Siberia.