Apuntes

Me encuentro a un viejo amigo, nueve años después

JOSEP MARIA POU

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Me encuentro con un viejo amigo al que no veía desde hace nueve años. Sigue igual: altivo, autoritario, pisando fuerte. Apenas ha cambiado físicamente. El pelo un poco más gris, pero todavía abundante. Mantiene un aire distinguido, aunque ligeramente cansado. Fiel a sus ideas, mantiene el mismo discurso de entonces. Tras el abrazo de rigor y el educado intercambio de información familiar, me abruma con sus obsesiones. Escucho atentamente.

«¿El negocio? Bien. Mejor que nunca, diría yo. Claro que ya no soy el dueño, exactamente. Ahora tengo a un puto consejo de administración. Es el precio que he tenido que pagar para poder salir a bolsa. Ahora tengo que rendir cuentas a una especie de gurú de la administración de empresas. Viene solo cuatro horas a la semana, pasea por el despacho, suelta unas cuantas paridas, murmura las palabras «política de austeridad», «consolidación fiscal», o cualquier otra fórmula mántrica empresarial que los periódicos hayan puesto de moda esa semana, y se larga a toda leche. Y solo por eso los bancos le adoran. ¿Por qué? Pues porque antes él también había estado en la banca ¡Es de los suyos! Y por este chollo de trabajo viene a cobrar el triple de lo que cobro yo como director a tiempo completo. Yo, el hombre que creó el negocio, el hombre que levantó la empresa. Así van las cosas hoy en día».

¡Bancos y banqueros!

Hace una pequeña pausa, para respirar apenas. Y vuelve con su discurso, más monólogo que nunca.

«Los bancos son los amos del mundo. Y ahora más que nunca. ¡Bancos y banqueros! Es lo único que veo en todo el día. Hablaba con uno la otra tarde, un tipo de mi banco, director financiero, licenciado en estudios empresariales, 25 años, 30, con su Rolex de oro y su traje de Armani, ni puta idea de nada, y le dije: ¿Qué quieres? ¿Quedarte con todo mi dinero? Muy bien, pues quédatelo. ¿Qué quieres? ¿Que me quite la camisa y te la entregue también? Pues toma, aquí va mi camisa. Pero aun así, juro por Dios que no me hundirás, no me impedirás que siga luchando por mi negocio. Le dije: 'Mira, chaval, yo soy empresario, ¿te queda claro? Un hombre de acción. Yo me arriesgo. Creo puestos de trabajo. ¿Y tú? ¡Joder! Tú te quedas ahí sentado contando el dinero'».

Nueve años no le han cambiado. Ya entonces soltaba el mismo discurso. Y lo peor -pienso- es que sigue siendo vigente. Más actual que nunca. Le miro a los ojos. Le cojo del brazo. Y entramos los dos en el teatro.