«Me encanta el cielo revuelto, la naturaleza»

Entrevista con el director francés Jean-Jacques Annaud, que ha estrenado 'El último lobo'

El director francés Jean-Jacques Annaud.

El director francés Jean-Jacques Annaud.

BEATRIZ MARTÍNEZ / MADRID

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Tiene Jean Jacques Annaud un espíritu tan entusiasta como inquebrantable. A los 73 años, el director francés continúa manteniendo la capacidad de seguir explorando nuevos paisajes cinematográficos a través de su cámara, ahondando en su interés por combinar el documental y la ficción en historias que nos acercan a la relación entre el hombre y la naturaleza. 'El último lobo', estrenada este viernes, es su última gran experiencia. Una película de enorme belleza plástica rodada en las estepas de Mongolia que nos sumergen en una civilización y una cultura tan atávica como repleta de misticismo.

-¿Cómo descubrió la novela de Jiang Rong en la que está basada esta película y qué le impulsó a rodarla?

-A través de una serie de artículos de prensa. Enseguida me interesó lo rica que era y lo bien que conectaba con muchas de las cuestiones que he abordado a lo largo de mi filmografía. Hablaba sobre el hombre y el animal. Sobre el equilibrio entre ambos. Sobre el desastre que supone la desaparición de las especies. Sobre un joven que quiere enseñar y termina aprendiendo sobre la vida. Con todo ese material, quería contar una historia que fuera emotiva, pero con carácter épico y espectacular.

-¿Cuánto duró el proceso de preparación del filme?

-He trabajado en ella a lo largo de más de siete años. Leí la novela en el 2007 y un año más tarde visité Mongolia junto al autor. Fue allí cuando me di cuenta de que tendríamos que criar lobos adiestrados para rodarla, por lo que el proceso estuvo supeditado a su crecimiento e instrucción. Tuvimos que esperar hasta el 2012 para empezar, pero para mí era fundamental rodar con animales reales.

-Después de películas como 'El oso' o 'Dos hermanos', y ahora 'El último lobo'parece que se sienta más cómodo trabajando con animales que con actores. 

-Es que producen una gran satisfacción. Hay que tener mucha paciencia y a veces provoca mucha frustración, eso es verdad, pero si logras captar sus emociones: la recompensa es indescriptible. Además, ellos aportan autenticidad. No son dibujos animados, puedes acercarte a su verdadera psicología.

-¿Cómo logró captar la idiosincrasia de los mongoles?

-Realizando un ejercicio de inmersión total. Por la mañana buscaba localizaciones. Recorrí más de 40.000 kilómetros en un 4X4, y la noche la pasaba en pequeños pueblos donde iba reclutando a pastores de la zona como actores. Ellos me contaban historias de sus antepasados, sus experiencias, me presentaban a los ancianos… Me daban un curso intensivo de cultura. Y también tuve un grupo de asesores e historiadores que me fueron guiando a lo largo de mi viaje.

-¿Qué aportaba el 3D a esta película?

-Mi relación con el 3D había sido conflictiva. Fui el primero en ponerla de moda a través de un mediometraje titulado 'Las alas del coraje' (1995), pero desconfiaba de él. Sobre todo porque empezaron a abusar de los efectos, tirando cosas constantemente a la cara de la gente, cansando al espectador. Yo quería justo lo contrario, crear un espacio más íntimo. Sentir que casi podemos tocar al animal, sentir la película a un nivel mucho más emocional.

¿Qué se siente más, cineasta, viajero, explorador…?

-Todas esas cosas juntas. Desde que rodé 'En busca del fuego' en 1981 no paré de investigar para acercarme al cine de la forma que quería. Me gusta rodar en exteriores, me encanta la naturaleza, las tormentas, el cielo revuelto. Soy un romántico. También muy curioso. Y este oficio me ha dado una razón para mirar a mi alrededor y entender mejor lo que nos rodea.