LOS PREMIOS EMMY

Una gala de humor preventivo

Che y Jost, cómicos de 'Saturday Night Live', optaron por reír ante los múltiples retos abiertos de la industria

Colin Jost y Michael Che, en la ceremonia de los Emmy

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Idoya Noain

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Ser capaz de reírse de uno mismo se ve como señal de inteligencia y la gala de los Emmy de este año, al menos según ese parámetro, no ha sido la más boba. Desde que arrancó la ceremonia con un número musical y el monólogo de los presentadores, los guionistas y cómicos de ‘Saturday Night Live’ Michael Che y Colin Jost, se optó por la sátira y el humor para no caer en la autocomplacencia. Y se acabó demostrando buena medicina preventiva.

En ese arranque se ironizó y bromeó en abundantes dosis sobre la supuesta conquista de la diversidad en la industria. Parecía que intuyeran que en la resaca de los premios muchos iban a lamentar que dos iconos raciales como ‘Atlanta’ y Donald Glover este año se fueran de vacío, o que Sandra Oh no coronara con una estatuilla su ya histórica nominación como primera actriz protagonista de origen asiático. Y eso que el palmarés tiene mútiples motivos para la celebración, ya sea racial, de género, por edad u orientación sexual.

Ahí están para demostrarlo los premios a dos actrices negras (Thandie Newton y Regina King), el doblete histórico de una mujer en dirección y guión (la creadora de ‘La maravillosa Sra. Maisel’ Amy Sherman Palladino), el reconocimiento tras cuatro décadas de trabajo a un veterano (Harry Winkler por ‘Barry’) o el sentido homenaje a la nonagenaria Betty White y los premios a RuPaul por su 'reality' sobre 'drag queens' y a Ryan Murphy, que usó el escenario para poner el foco sobre los crímenes de odio que siguen sufriendo en EEUU uno de cada cuatro miembros de la comunidad LGBTQ.

Obsolescencia

Mientras Lorne Michaels, el premiado productor de ‘SNL’ y de la gala, se ponía serio en su discurso para defender la supervivencia de las cadenas generalistas y tradicionales, Che y Jost preferían llamar a reír ante la clara realidad de que las plataformas de streaming han cambiado las cosas. Y se curaban también en salud ante la previsible caída de las audiencias de la propia retransmisión, confirmada con cifras preliminares que hablan de una sangría del 10% de espectadores. “Queremos saludar a los miles que nos estáis viendo aquí dentro en la sala y a los cientos desde vuestras casas”. Dicho y hecho.

La fuga esta vez no será porque no faltaran momentos estelares, especialmente el que creó el director de la gala de los Oscar, Glenn Weiss, que aprovechó la recogida de su premio para pedir matrimonio a su novia. Tampoco se podrá atribuir a motivos políticos, porque aunque hubo algún buen dardo a Donald Trump (como cuando se recordó que en los primeros Emmy en 1949 “al menos todos estábamos de acuerdo en que los nazis eran malos”) fueron escasos y al presidente no se le citó por nombre. Y no se puede culpar tampoco a Jost y Che de no atreverse a meter en la endogámica industria el dedo en la llaga de la sangrante herida de los abusos sexuales y de poder. No les hizo falta citar por nombre a Harvey Weinstein, a Louis CK o al otrora todopoderoso y recientemente despedido director de CBS Les Moonves. Les bastó un “daos una palmadita en la espalda pero no toquéis al vecino” o señalar lo bueno de estar “rodeados de gente a la que no le han pillado aún”.